Sierra de Líbar, espacio y frontera natural entre las provincias de Cádiz y Málaga.
MALAGADITANÍA: Espacio geográfico nuevo, entre lo real y lo soñado, creado por F. Ruiz y F.J. Rodríguez, que engloba la esencia paisajística, histórica y etnológica común de la tierra malagueña y gaditana, unidas en una sola geografía compartida.

CAMINERIA:

Suma de los elementos que componen el camino, el caminante y su entorno.

Estudio de las vías de comunicación, de su relación con el entorno geográfico y social y con los itinerarios físicos, históricos, económicos, culturales y literarios.
Definición del II Congreso Internacional de Caminería Hispánica (Año de 1994).

Si a estas ideas les añadimos las de patrimonio público y entorno medioambiental a defender y difundir podíamos tener un concepto aglutinador de enorme atractivo general y portador de grandes posibilidades en la defensa y puesta en valor de nuestra herencia ancestral...

LA RUTA DE LOS 7 TEMPLOS

Próximamente os invitamos a descubrir una ruta mágica llena de encantos naturales, de fuerzas telúricas y restos del pasado sorprendentes llenos de misterio y leyenda...La Ruta de los 7 templos, un antiguo periplo costero de más de 2.500 años de antiguedad.
http://ruta7templos.blogspot.com















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viernes, 19 de diciembre de 2008

...Y al sur Jimena


Este sugestivo título, "...Y al sur Jimena", no es mío. Se me ha ocurrido tomarlo prestado de un libro que se editó hace ya unos años, en formato grande, con múltiples fotográfias y textos del recordado Fernando Quiñones, en la que se mostraban las bellezas que este rincón de la geografía gaditana esconde en su término, linde ya con la frontera malagueña, frontera sólo ficticia, para ser impresa en los mapas, pero que se muestra sin solución de ruptura paisajística, en las impresionantes panorámicas de las moles de la cercana serranía de Ronda que podemos ver desde el pueblo y aún de forma más impactante, desde lo alto de la fortaleza que corona el blanco caserío de Jimena.

Jimena, Jimena de la frontera, pues el hombre se empeña en poner fronteras donde no las hay, se encuentra enclavado por su ubicación y entorno en la serranía del Aljibe y parque natural de Los Alcornocales. Desde muy antiguo desde la propia prehistoria, es un lugar estratégico por su situación, muy cercana al estrecho. Allí se han encontrado las primeras pinturas rupestres que nos cuentan el contacto directo entre gentes venidas por mar del otro lado del Mediterráneo y la cultura autóctona de nuestras tierras y que son conocidas como las pinturas de la Laja Alta. Pero es en lo alto del monte que cobija con su silueta al actual caserío, donde mejor hoy apreciamos la secuencia histórica de Jimena, que hunde sus raices muy atrás en la historia.

Allí arriba, las ruinas del castillo ocupan prácticamente toda la superficie amesetada de la loma, mientras por la parte de atrás del mismo, discurre el río Horgazganta formando un hermoso tajo virgen, pleno de vegetación y roquedades naturales. Fué aquí donde el prehistoriador alemán Uwe Topper localiza un par de cuevas rupestres con pinturas asignadas a la misma época de las de la Laja Alta y donde también, el alemán investiga visualmente estructuras talladas en la roca que igualmente asigna a la época de las pinturas, la Edad del Bronce. Todo ello lo refleja detalladamente en su libro "El Arte rupestre en la provincia de Cádiz", por desgracia, hoy superagotado. No vi las pinturas pese a que las busqué, pero si vi las estructuras talladas en la roca de las que hablaré más adelante.

Hacía tiempo que tenias muchas ganas de visitar todo aquello junto con el cercano conjunto de Castellar viejo y no fué hasta el año pasado que no me surgío por fin verdaderamente la oportunidad.

Alejandro, un joven arqueólogo de la Universidad de Jaén y con ámplia trayectoria investigadora en Italia, ya que su especialidad es el mundo romano, en una de sus esporádicas visitas durante el año a Cádiz me dijo que iba a estar unos días por aquí, así que, me invitó a que fuera pensando en una escapada a realizar para uno de esos días.

Cuando me reuní nuevamente con él, le propuse que fueramos a visitar conjuntamente las poblaciones de Jimena y de Castellar, puesto que ambas guardaban como tesoros a descubrir, sendos conjuntos fortificados de la Edad Media que presentaban aún una imagen poderosa pese a los siglos transcurridos y los avatares del destino. También aparte de ello, podriamos echar un vistazo a algunas pinturas rupestres de la zona, ya con cierto renombre, como la mencionada de la Laja Alta y alguna cosillas más a vislumbrar en el paisaje.

Creo que la elección de ese día no pudo ser más acertada, puesto que satisfizo ampliamente todas nuestras expectativas. Jimena y Castellar, supusieron un descubrimiento que superó con creces todas nuestras expectativas previas. Castellar lo dejaré para otra ocasión, para ahora centrarme en Jimena que es lo que nos ocupa describir y descubrir a ti, paciente lector de estas palabras. No quiero extenderme en demasía para no cansar, pero si que no puedo dejar de contar lo más sucintamente posible las impresiones de dicha visita al castillo de Jimena y sus alrededores.
Llegamos, no sin antes habernos equivocado de ruta, por fin al pueblo. Atravesamos su caserio, siempre en dirección ascendente, con nuestro Ford Fiesta conducido por Alejandro, hasta llegar a la pequeña explanada a los pies de la fortaleza y que le sirve de provisional parking. Dejamos el coche aparcado y subimos una pequeña rampa que nos condujo hasta la entrada del recinto. Una soberbia puerta de piedra, con altos arcos dobles de medio punto y torre anexa llamada Torre del Reloj, fué el umbral que tuvimos que traspasar y que nos invitaba a descubrir sus encantos.

Por encima de nuestras cabezas se veian grandes lápidas escritas en latín, apenas ininteligibles por la altura, el paso de los siglos y las inclemencias climáticas ( también porque nuestro latín esta ya algo obsoleto en nuestra memoria ). Reliquias de tiempos romanos que han sido debidademente rehutilizadas en la muralla en la época medieval. Pero esta extensa fortaleza que hoy vemos no es una simple fortaleza medieval más o menos bien conservada y de hermosas vistas. El propio castillo y todo su terreno circundante es el asiento primitivo fundacional de la propia Jimena, que nos lleva en sus estratos más profundos a tiempos prehistóricos.

Aparte de los posibles restos de la Edad del Bronce, sus pinturas rupestres y sus estructuras talladas en la roca asignadas por Topper a dicha época, lo que si podemos afirmar con seguridad que esta zona es el asentamiento del primitivo oppidum ibérico de Oba, término de la lengua ibérica primitiva parece relacionarse con el agua, no olvidemos el río Horgazganta y su tajo que abajo discurre a los pies de la fortaleza.
Oba es el origen del actual pueblo, y a partir de ahí comienza su verdadera existencia. Algunos rastros de la primitiva Oba son perceptibles en nuestro paseo escudriñando los rincones más escondidos del mismo. En tiempos en que la romanización empiezan a ejercer su influencia, el primitivo oppidum pasa ser denominado por los romanos como "República obensis" y adjucación jurídica de carácter latino, que a grosso modo y para quien pudiera no saberlo, vendría a ser algo así como una ciudadanía romana de segundo clase que se otorgaba a ciertas ciudades, confiriéndole así una serie de privilegios.
La historia de la fortaleza no caerá en el olvido cuando el imperio caiga, sino que los sucesores de los romanos, los bizantinos toman el relevo haciendo de dicho lugar uno de sus estratégicas posiciones. Sus tropas, venidas desde la lejana Constantinopla, ahora capital del imperio de oriente, harán de ella una plaza fuerte de su Spania bizantina y así, gracias a su situación cercana al estrecho les permitirá el control de ambas orillas del estrecho.
De los años plenamente medievales en los que almorávides, almohades, benimerines, granadinos y castellanos se van suplantando en estas tierras, es lo que en mayor medida podemos disfrutar en nuestro recorrido por todo el agradable y bonito entorno del castillo. La fortaleza tendría un último protagonismo militar en momentos ya más tardíos, en plena Guerra de la Independencia.
Hasta aquí este sucinto repaso a la historia de la fortaleza, que es a la misma vez un repaso a la propia historia de Jimena, pero antes de terminar, no quiero dejar pasar de mencionar un último rincón de la misma dejado para el final por su indudable interés.
No eramos los únicos visitantes ese día del recinto, sino que a lo largo de la explanada se veian otros pequeños grupos de gentes interesados en un rincón concreto del mismo, pero mientras que todos ellos se limitaban a hacer su recorrido a lo largo del recinto, nosotros dejandonos llevar por nuestra emoción de descubrir nuevas perspectivas y rincones, nos adentramos en un pequeño sendero semiolvidado que nos llevo a descubrir la pequeña joya que andabamos buscando.
En un recodo, por fin, de dicho sendero, encontramos las primeras huellas de trabajos de labra en el monte sobre los peñascos, que como monolitos, sobresalian de entre la espesura circundante. Nos encaramos a ellos como autenticos monos, agarrándonos con pies y manos a la roca. Llevados por la emoción fuimos conscientes de que aquello que veíamos al fin, eran los restos de una iglesia rupestre de tiempos visigotico-mozárabes.
Sin duda alguna, pensamos que estos restos los mismos en los que Topper creyo ver una especie de poblado rupestre prehistórico, guiado naturalmente por su interés por todo lo relacionado con las pinturas esquemáticas de la Edad del Bronce, pero lo cierto es que estos restos, conocidos por la gente como El Baño de la Mora, son los hermosos y singulares restos de una pequeña iglesia y eremitorio rupestre de los tiempo ya aludidos hace un momento. Tiempo en que Omar Ben Hafsum, rebelde al califato de Córdoba de Abderramán III, para algunos, el "primer bandolero andaluz", era el verdadero señor de todas estas tierras desde su inxpugnable cuartel general de Bobastro en la cercana Ronda. De hecho, esta iglesia rupestre de Jimena se encuadra en el mismo tipo de la que se puede ver allí en Bobastro y otras de las cercanías igualmente descubiertas. En esta iglesia rupestre de Jimena quisiera hacer hincapié en prestar atención a la fotografía de la explendida y monumental pila bautismal de la misma, tallada sobre un único bloque monolítico, es una maravilla por sí sola...
Texto y fotos: Francisco J. Rodríguez Andrade.
GALERÍA FOTOGRÁFICA:

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Al encuentro con Bobastro y Omar ben Hafsun



Iglesia Mozárabe de Bobastro

En uno de mis asiduos desplazamientos a mi ciudad natal, Málaga, mi sobrino Daniel incansable explorador y gran conocedor de la serranía malagueña, sabiendo de mis gustos y afición por la arqueología y los castillos medievales de nuestra Andalucía, se ofreció a guiarme en pos del impresionante nido de águilas conocido por Bobastro. Celebre enclave para los entendidos en dichas materias por su significación histórica y tristemente olvidado, sino ignorado, para elmún de mis paisanos.

La perspectiva de poder visitar el emblemático e irreductible asentamiento fortificado que puso en jaque a los emires cordobeses de entre los siglos IX y X, la acogí con verdadera alegría, pues a pesar de que soy malagueño como he pregonado en entradas anteriores, circunstancias de la vida me impidieron conocer a fondo mi tierra.

El camino desde Málaga a Las Mesas de Villaverde donde está enclavado Bobastro, término de Ardales, lo hicimos rodando sobre la serpenteante calzada que cruza la rica vega del Guadalhorce, inundada ésta hasta cotas insospechadas, de frondosos naranjales, mandarinos y limoneros. El paisaje no podía ser más bello, aromático y provechoso.

En una de sus típicas ventas a pié de carretera decidimos hacer un alto para saborear un café, y mi sobrino un sumo de fruta acompañados de monumentales rebanadas de pan “cateto” rebosantes de manteca “colorá” veteada de requemado asiento. Todo un reto para mi arcaico estómago y para el maldito índice de colesterol, como en otras ocasiones he señalado. Pero quién se sustrae al colorido aroma de aquellas rusticas tostadas. ¡Total, un día es un día! Me dije.

Continuando la marcha hacia nuestro principal objetivo, tras superar una cerradísima curva, nos vimos en la perentoria obligación de olvidarnos momentáneamente de nuestro empeño y hacer un pequeño alto. Nos encontrábamos justo delante del Desfiladero de los Gaitanes o garganta del Chorro (de 3 Km. de longitud y hasta 400 metros de altura) por donde discurren hermanados los ríos Turón, Guadalteba y Guadalhorce. Avanzamos a pié hasta un recodo de la carretera y nos abandonamos a su sobrecogedora belleza.

Pero teníamos que continuar y retomamos de nuevo la ruta preestablecida adentrándonos en unos parajes de ensueño, capricho de la naturaleza. Pero describirlos aquí queda fuera de nuestro objetivo.

Al fin, después de una impresionante subida, mi sobrino reclamó mi atención sobre un cartel que anunciaba lo que veníamos buscando, las ruinas arqueológicas de la iglesia mozárabe de Bobastro.

Un poco más adelante, en un minúsculo ensanche de la calzada de montaña carente de arcén, pudimos aparcar nuestro vehículo. Cruzamos al otro lado e iniciamos la ascensión de la ladera por una rustica escalera labrada en la roca, después de ésta continuamos, subiendo unas veces y bajando otras, según nos obligaba una angosta vereda en las que abundaban traicioneros cantos sueltos. Al fin un inesperado ensanche y a continuación los primeros indicios de la actividad humana del siglo décimo. Restos de muros de sillarejos bien conformados aparecían a un lado y otro del camino; más adelante un rótulo indicativo del lugar, “Iglesia mozárabe Bobastro” y un cartel informativo con retazos de historia del lugar y de los hombres que desde allí, guiados por Omar Ben Hafsum, se hicieron grandes, y ofrecieron en sucesivas oleadas férrea resistencia a las huestes de los emires de Córdoba.

La visión de aquellos vestigios arqueológicos cargados de incidentes históricos nos llenó de gozo y nos motivó a lanzarnos con sana avaricia a recorrerlos y tocarlos para sentirlos nuestro a la vez que intentábamos impregnarnos del invisible halo de gloria de aquellos guerreros que los hicieron posible y que con su arrojo y ansias de libertad escribieron una de las páginas más interesantes de nuestro legado andalusí.

Emocionado, cámara digital en mano me dediqué a fotografiar el reportaje que se acompaña.

Texto y fotos: Francisco Ruiz Serrano.

GALERÍA FOTOGRÁFICA:

sábado, 13 de diciembre de 2008

Parauta, cuna de Omar ben Hafsun "bandolero" andalusí


Dispuestos a hacer materialmente visible la afinidad existente entre Cádiz y Málaga emprendimos la ardua tarea de encontrar un colaborador en esta última ciudad, y como más vale malo conocido que bueno por conocer, nos decidimos por un primo mío que reside en dicha localidad (perdona primo, lo del refrán es broma). Sabíamos de su afición por explorar la Axarquía malagueña y pensamos que sería un buen copartícipe para nuestro proyecto. De hecho, sin saberlo, Salvador Mira, mi primo, ya ha hecho sus primeros pinitos en el Blog. En los primeros contactos por correo electrónico nos facilito unas imágenes tomadas por él en un viaje casual a la interesantísima localidad malagueña de Parauta. A la vista de dichas imágenes nos interesamos por dicho pueblo a fin de saciar nuestra curiosidad, pues a pesar que el que suscribe es malagueño, era la primera vez que tenía conocimiento de su existencia y lo mismo mi gaditano amigo Francisco José. Ahora, al menos conocemos lo más esencial, que está situado en la vertiente sur de la Sierra del Oreganal, y que su término municipal se adentra en el Parque Natural de la Sierra de las Nieves.
También que es uno de los muchos pueblos blancos de nuestra Andalucía que guardan en el trazado de sus calles estrechas y empinadas, la memoria del pasado andalusí. De hecho a Autha, hoy Parauta se le atribuye el haber sido la cuna de Omar-ben Hafsum, el rebelde caudillo muladí pesadilla de los califas Omeyas entre los siglos IX y X; aunque otros opinan que éste disidente de la época nació en la paisana localidad de Iznate.

Textos: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Salvador Mira.

Galería fotográfica: http://picasaweb.google.es/Fruizse/Parauta#slideshow

Más información sobre Omar Ben Hafsun: http://es.wikipedia.org/wiki/Omar_ibn_Hafsún

viernes, 12 de diciembre de 2008

Subida al "oppidum" ibero-romano de Ocurri


Un Antonio, dos Franciscos y un Alejandro campeando libremente por la anchurosa Hispania Ulterior. Para no pecar de exagerado, mejor decir que recorriendo las calzadas del conventus gaditanus. Podría ser el subtítulo de esta..., llamémosle historia de modernos exploradores descendientes, quiero imaginar, de aquellos hispano-romanos que nos precedieron. Ocurrió..., y esta palabra nada tiene que ver con el título de la presente narración,...que en uno de esos días de finales de invierno en que el sol y los grandes nubarrones dominaban a la limón nuestra doméstica porción de bóveda celeste, los cuatro amigos nombrados abandonábamos, a bordo de uno de nuestros autos, a la antigua Gades con el estómago vacío y a hora muy temprana por aquello de sacar el máximo partido a la jornada.

Pero aquella no era una salida imprevista, ésta había sido planeada meses antes a fin de que se diera la circunstancia de disponer de un día puente. Tal era el día en que emprendimos la marcha resueltos a hacerle una visita al olvidado oppidum ibero- romano de Ocurri, ubicado éste en tierras de Ubrique, y más en concreto en el Salto de la Mora.Digo en favor de las actuales autovías, que éstas nada tienen que envidiar a las desaparecidas calzadas romanas que comunicaban todo el imperio con la mismísima Roma.

Nuestro auto conducido por el joven arqueólogo Alejandro, volaba por el tramo de autopista Cádiz –Jerez y la autovía Jerez-Los barrios casi sin posar los neumáticos por el asfalto, comprendan que exagero, no se lo vaya a tomar en serio algún agente de la DGT. Lo que pretendo decir con esta explicación es que el viaje por estas nuevas vías además de resultar agradable, es razonablemente rápido y seguro.

Al rebasar la ciudad de Arcos nos desviamos hacia la antigua carretera que pasando sobre la presa del pantano del mismo nombre habría de conducirnos hasta la población de Ubrique.Creo recordar que comenté que esa mañana no habíamos probado bocado. Pues bien, una vez rebasado el pantano, nuestro común amigo Alejandro tuvo la feliz idea de que ya era hora de remediarlo.

-Paco..., tú que conoces estos parajes... ¿Dónde podríamos desayunar? –me preguntó de improviso.

-Creo que la única venta que hay de aquí hasta las proximidades de El Bosque la encontraremos a un par de kilómetros de aquí –respondí sabiamente.

Pero no fue así. Cuando partiendo de ese preciso instante llevábamos recorridos más o menos un centenar de metros, observé con estupor que la venta anunciada estaba ya a nuestra derecha.

-¡Es aquí! –se me ocurrió decir al ver que estábamos a punto de sobrepasarla.

Repentinamente, a la vez que sentíamos una fuerte sacudida debido a la inercia de nuestros sorprendidos cuerpos, se inundaron nuestros sentidos del desconcertante chirrido del frenazo ocasionado en ese instante y del acre olor a goma quemada que inundó inmediatamente el oxigenado ambiente. El avispado y hábil conductor frenó guiado más por el vacío de su estómago que por los dictados de la prudencia. Y sin más, una vez que los de delante nos quitamos de encima a los de atrás (a Paco, en unos de sus habituales despistes, se le olvida que él es de los de atrás y no de los de adelante, jeje...inciso corrector).

Volviendo a la normalidad giramos hacia la venta dejando sobre el asfalto la negra huella de nuestro paso.Una vez dentro del local apreciamos que en ella concurrían los consabidos tópicos habidos en las habituales ventas de carreteras. Abigarrado su interior de carteles de eventos flamencos, romerías del lugar, corridas de toros..., anuncios de venta de pan de campo, chacinas ibéricas, pastelería artesana..., expositores con DVDs de Cantaores flamencos, canción española, “pelisXXX..., vitrinas repletas de tarros con miel de abejas, terrinas con lomo en manteca, zurrapilla, manteca “colorá”..., navajas de mil tamaños y hechuras, cerámica artesanal..., y un imponente mostrador a lo largo de la sala, con sudorosos jamones colgando en gran número sobre él a más de numerosas sartas de llorosos chorizos, morcillas y morcones. Podríamos aventurar que en aquella venta había de todo lo que un caminante extraviado, hambriento y de niveles bajo en colesterol pudiera desear.

Se nos acercó el camarero y como éramos cuatro, pedimos cuatro consumiciones diferentes: Un “cortao”, un descafeinado de máquina, un “manchao” y un zumo de fruta. Y para comer, dos tostadas con aceite de oliva, una con zurrapilla y un pastel de hojaldre. Si nos hubiese acompañado nuestro otro amigo común llamado también Antonio, habría pedido un bio-fruta y una palmera cubierta de yema. Total ¿Por qué no ser diferentes?. Con los estómagos entrados en calor, continuamos nuestro camino derechos hacia Ubrique, conviene aclarar que derecho, derecho no, porque ese camino, a pesar de estar recién remodelado está provisto de abundantes curvas.

El Salto de la Mora y por consiguiente el yacimiento de la ciudad de Ocurri, lo encontramos a menos de un kilómetro rebasando la gasolinera y desviando nuestra ruta hacia la vecina población de Benaocaz. A dicha altura lo anunciaba un cartel de la Junta de Andalucía.Nos adentramos por el carril indicado y acomodamos nuestro auto en el aparcamiento dispuesto junto a las instalaciones de recreo y de información del citado yacimiento.

Medio entumecidas nuestras articulaciones por el largo viaje pero a la vez contentos de encontrarnos a las puertas de la ciudad ibero-romana que tan ilusionados veníamos buscando, dirigimos nuestros pasos hacia la citada ventanilla de información. Ésta se encontraba cerrada, cosa muy normal en esta bendita tierra. ¡Para qué abrir, si aquí no se acerca nadie! --Supongo pensarían los responsables del yacimiento.

Un tanto defraudados por el chasco, recorrimos la cerca protectora del lugar con intención de encontrar una forma honrosa de traspasarla que no se asemejara al acuciante salto de la barrera del torero. Pero no, ese día los olvidados y aburridos Dioses del Olimpo obraron en nuestro favor, el cerrojo de la cancela de entrada no tenía candado. Lo corrimos con cuidado y nos aventuramos por la serpenteante vereda que nos habría de conducir hasta la mismísima Ocurri.

Para nuestra sorpresa comprobamos que dicho camino se encontraba todo lo bien acondicionado que a los jornaleros les debió permitir la frondosa, abrupta y empinada ladera del llamado Salto de la Mora. Tal era así, que entre soplidos y algún que otro resoplido de nuestra parte, nos atrevimos a bromear al respecto. ¿A quien se le “Ocurri-ría ” fundar una urbe romana a tamaña altura? –señalo como ejemplo para no cansar.

Durante la subida no tropezamos con ningún ser humano, aunque sí lo hicimos con un que otro roedor de largas orejas y nariz inquieta. Tan huidizos que fue del todo imposible preguntarles cuanto faltaba para la cima. A la vuelta si que nos cruzamos con varias parejas de extranjeros. Si me atrevo a hacer esta afirmación es por que los oí jadear en perfecto ingles. Con todo esto, lo que intento transmitir es que la subida, por lo empinada, resultó un tanto pesada.

Pero ¡Oh! ¡Premio! A poco de arribar a la cima nos maravillamos con una curiosísima edificación cuadrangular construida a base de sillares perfectamente labrados, que resultó ser un antiquísimo mausoleo, según indicaba un deteriorado panel explicativo de cuando aquello lo inaugurara el político de turno. Y algo más arriba, unas cisternas, y más arriba aún, restos de una muralla, y transponiéndola, los restos del foro de la ciudad de Ocurri, y en la cumbre, los restos de unas thermae o therma romanas y sobre estas, una nueva cisterna conservando aún su abovedado techo de cañón.

Mereció la pena subir, pero aún no habíamos finalizado nuestra jornada de subidas, más bien, esto solo había sido un agradable aperitivo,con parada en el alto donde Ocurri duerme solitaria bajo la humedad de las montañas. Desandamos nuestro sinuoso camino y volvimos al auto, con el cual, nos dirigimos de nuevo a Ubrique. Allí aparcamos convenientemente el coche, lo más cerca posible de nuestra nueva ruta, que no era otra que la paulatina ascención por la calzada romano-medieval que nos conduciría desde la propia Ubrique, hasta la contigua población de Benaocaz, pero eso lo relataremos en una próxima entrada...

Texto: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Francisco J. Rodríguez.

Galería fotográfica:
http://picasaweb.google.es/Fjrandr/CiudadIberoRomanaDeOcurriYCalzadaRomanoMedieval#slideshow

jueves, 27 de noviembre de 2008

Paseo otoñal por La Dehesa de Las Yeguas


Un sábado de octubre, bien entrado el otoño, los dos Franciscos autores de este blog, decidimos de común acuerdo que la manera más provechosa de sacar partido a las escasas horas de sol que nos quedaban en la tarde, sería emplearlas en visitar la cercana pinaleta de Puerto Real conocida como Dehesa de las Yeguas. Hacía tiempo que queríamos hacerlo, pero siempre se nos atravesaba un proyecto más urgente por cuestiones de oportunidad insoslayable. En nuestras visitas a los numerosos yacimientos arqueológicos de nuestra provincia, en el momento en que nos disponíamos a describir el entorno que los acogía , encontrábamos alguna dificultad al describir con más o menos rigor la vegetación que proliferaba en el lugar. Distinguir un pino, un lentisco y cuatro especies más, para nosotros era insuficiente, por ello la necesidad de aquel paseo por la Dehesa de las Yeguas, pieza clave dentro del Parque Natural de la Bahía de Cádiz.
Con las cámaras dispuestas para uno o mil disparos selectivos, nos adentramos animosos por el verdeante laberinto de veredas tapizadas de musgo, las más de las veces o de finísimo limo otras, a causa de la humedad aún latente en la umbría del bosque propiciada por las últimas lluvias. Cada rincón del pinar se nos hacía grande a la hora de clasificar esta o aquella planta, éste y aquél árbol o arbusto. Las cámaras disparaban a izquierda y a derecha con ansia extrema, a fin de aprovechar la escasa luz solar que se filtraba a través de la espesa bóveda de ramas y púas que formaban las frondosas copas de los pinos.
Pino, lentisco, matagallo, coscoja, jara, tomillo, retama, cantueso, esparraguera, romero y pocas más, eran las plantas y arbustos que éramos capaces de identificar. Pero en cada pequeña o grande porción de vegetación aislada por la proliferación de caminos que se cruzan entre si semejando sinuosas arterias, en todas abundaban las especies enumeradas y muchas otras que ni por aproximación éramos capaces de saber de qué planta se trataba.
Pero fieles a nuestro empeño por conocer, no digamos todas pero sí las suficientes para sentirnos satisfechos de la visita, continuamos nuestra tarea recopilatoria de imágenes digitalizadas sin detenernos a disfrutar del bellísimo conjunto arbóreo que nos rodeaba y su riquísimo monte bajo. Y es justo aclarar que no estabamos solos en nuestro paseo, sino que aparte de la gente que por alli hubiera, entre las copas de los arboles y pese a los rayos solares todavia presentes, ya una luna de pan de azucar burlonamente y descaradamente jugaba con nosotros al escondite con su sonriente faz por entre esas copas de los pinos.
Mas, el tiempo irremisiblemente se nos acababa. El sol que minutos antes parecía estar atrapado en las enmarañadas ramas de la arboleda, desaparecía presuroso ahora tras el horizonte para fastidiarnos el resto de la tarde o para darse un garbeo por otras tierras, que para él también era sábado. Y bajo muy abajo, quebrando el suelo con rabia y emergiendo airosos sobra la alfombra de púas secas que el suelo cubría, allí estaban los hongos. Los variados y abundantes hongos que surgían solos o en pequeñas colonias aquí y allá. A falta de flores éstos embellecían el campo con sus particulares formas y sobrios colores. Los hongos también fueron fotografiados. Y bien que disfrutamos más tarde ante el ordenador a la vista de ellos y de las numerosas imágenes tomadas unas tras otra sin apenas despegar el ojo del visor de la cámara.
Luego, con idea de hacer un primer muestreo clasificatorio de las plantas fotografiadas, elegimos una muy apreciada por nosotros, la grácil “correvuela”. Pero una vez localizado su nombre científico nos pareció un tanto rebuscado, “convolvulus arvensis”. En consecuencia nosotros decidimos continuar identificándola con su acertadísimo mote de “correvuela”...
Texto: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Francisco J. Rodríguez.

martes, 25 de noviembre de 2008

Castillo de Gibralfaro

( el castillo con la coracha que la unía a la alcazaba, oculta por el barrio de gitanos con casitas blancas que están sobre sus ruinas)


CASTILLO DE GIBRALFARO

Retomando mis paseos juveniles por el castillo de Gibralfaro acompañado de mi progenitor, me viene a la memoria las entretenidas tardes de toros contempladas desde sus almenas, y es que dado su estratégico emplazamiento y altura, los modestos malagueños aficionados a la tauromaquia, podían contemplar medio ruedo del coso taurino de la Malagueta, sin más impedimento que la distancia que los separaba. Y era tal el entusiasmo que demostraban estos espectadores con sus gritos y palmas, que más de un torero correspondió a aquellos brindándoles su último toro. En consecuencia, los domingos que se celebraban corridas de toros eran los días que más visitas “culturales” tenía el castillo.
Recuerdo que en el transcurso de una de esas corridas, acomodado contra la muralla del castillo, casi me leí “La isla del Tesoro”.
Pasando el tiempo, con objeto de aprovechar las poquísimas horas de sol de las tardes de los domingos de invierno y huir de las largas colas que se formaban en los cines para conseguir una entrada, mi pandilla y yo decidimos, durante aquellas horas, hacer nuestro el castillo.
Con los bolsillos cargados de pipas de girasol tostadas, ignorando la importancia histórica del castillo, recorríamos sus instalaciones entre bromas, risas y carreras. Hasta que a la caída del sol con las bocas secas por la chuchería y por el ejercicio realizado, acabábamos nuestra visita bebiendo con avidez en el surtidor de la entrada del castillo. La última agua que podríamos tomar hasta que llegáramos de nuevo a las calles iluminadas de la ciudad. Ni que decir tiene que el recorrido por el monte, en la oscuridad más absoluta, lo hacíamos en alocada carrera para contrarrestar nuestros miedos.
Pero de la historia del castillo... ¿Qué? Nada. Pero ese asunto, dada mi curiosidad, lo subsané con el paso del tiempo.
(Plaza de toros de la Malagueta solitaria y a orilla de la playa, el monte del castillo se ve pelado de vegetación arbórea. Desde nuestro mirador privilegiado, asistíamos como espectadores invitados, a los domingos de corrida)

Texto y fotos: Francisco Ruiz Serrano.

Galería de imágenes del Castillo de Gibralfaro:
http://picasaweb.google.es/fruizse/castillogibralfaro#slideshow

lunes, 24 de noviembre de 2008

Alcazaba de Málaga



ALCAZABA DE MÁLAGA

Mi afición por los castillos me viene de niño, aún recuerdo con simpatía los tranquilos paseos, de la mano de mi padre, por los patios y murallas de la Alcazaba y el castillo de Gibralfaro, el aluvión de preguntas que le hacía a tenor de lo que veía y sus respuestas aclaratorias. Lo que entendí de ellas por mi corta edad no era más, que aquel laberinto de pasadizos, murallas almenadas, torres, salones, patios, mazmorras, surtidores y jardines, se debía al bien hacer de unos moros que vivieron en Málaga de antiguo. Como era natural mi mente febril asimilaba aquellas enseñanzas a mi corto entender relacionándolas con las historias de moros y cristianos que leía cada semana en los tebeos publicados en la España de los años cuarenta y pico, con el sugerente titulo de “El Guerrero del Antifaz”, no necesitaba de más. Los malos eran los moros, y el peor de ellos uno de sus caudillos, el que identificábamos los niños por el nombre de Alikan. Los buenos, como era de esperar eran los cristianos, y el más valeroso de todos era un caballero enmascarado con una enorme cruz pintada en su jubón. Las espadas de los moros recuerdo que eran curvadas, como si quisieran imitar la media luna que lucían en sus pechos. Las cristianas obviamente eran rectas a semejanza de la cruz.
Por aquel entonces los niños de mi calle y un servidor solíamos lucir toscas espadas de madera a imitación de las de los cristianos en nuestros cintos (un trozo de cordel de esparto o cáñamo atado a la cintura). Espadas de madera que adquiríamos a los pregoneros ambulantes por un real, a cambio de varias botellas de vidrio o por unas cuantas alpargatas viejas de aquellas que tenían la suela de goma.
Más tarde me aficioné a las novelas cuyas tramas hablaban de hazañas épicas de Caballeros Cruzados y de fieros guerreros sarracenos. Los primeros seguían siendo los buenos y los segundos los malos. Admiraba al valeroso rey cristiano Ricardo Corazón de León pero en contra de lo que me habían trasmitido también sentía simpatía por Saladino, el audaz Sultán de los sarracenos. Muy joven aún deduje por mi mismo que el ser de los buenos o de los malos dependía del bando al que pertenecieras. Ya de adulto modifiqué obviamente tan simple razonamiento por el de que no existen verdades absolutas, pero esta si que es otra historia. Como consecuencia de todas aquellas lecturas me inicié en la lectura de todo lo que olía a historia de las distintas civilizaciones que poblaron nuestro planeta, por las que dejaron su impronta en Andalucía, y particularmente, por las que tienen que ver con Cádiz y Málaga, a las que considero provincias hermanas.

Para recreo de los aficionados de estas históricas edificaciones adjunto una modesta colección de imágenes tomadas in situ por el que suscribe.
Francisco Ruiz Serrano, malagueño de nacimiento y gaditano de adopción.
Para saber sobre la estructura e historia de La Alcazaba: http://es.wikipedia.org/wiki/Alcazaba_de_Málaga

lunes, 17 de noviembre de 2008

El jardín Botánico de San Fernando. Una referencia de la flora autóctona gaditana







( pinchar sobre imágenes para aumentar)

Hoy proponemos conocer un lugar que creemos pese a su indudable interés, pasa bastante desapercibido, incluso, aún para los amantes de la naturaleza, el senderismo y el paisaje de nuestro entorno. Nosotros hemos sabido de él casi como si de una carambola se tratase.

Hace un par de semanas decidimos dar un garbeo por el pinar de la Dehesa de las Yeguas, sobre el que teníamos pocas referencias y que, sin embargo, nos motivaba su visita para contemplar algunos especímenes vegetales que allí se encuentran representados. Todo ello, lo mostraremos igualmente en una próxima entrada, seguida de una extensa y no menos atractiva galería fotográfica de lo que allí captamos.

Nuestro incipiente interés por la botánica no es nuevo, ni como bien dice mi compañero y amigo Francisco Ruiz, se debe a un capricho pasajero, sino a una necesidad evidente ante el desconocimiento casi total de la flora de nuestro entorno. Esto se hace palpable en nuestras salidas al campo, en las que los restos arqueológicos que vamos buscando y localizando en nuestros vaganbudeos por senderos y montes, siempre se encuentran en lugares generalmente agrestes y rodeados de plantas, arbustos, árboles y flores silvestres. A la hora de hacer referencia a las características del lugar, nos quedamos mudos por no ser capaces de nombrarlas o identificarlas, más allá de las cinco o seis que todo el mundo conoce y que son más comunes.

Para solucionar tal deficiencia nuestra en la medida de lo posible y como mentes curiosas, no sólo de la historia y de la arqueologia, sino de la naturaleza y el paisaje que son los que dan marco y razón de ser a dichos restos, hemos cruzado la cancela abierta de un imponente umbral, fabricado en roca ostionera, la piedra por excelencia de nuestro entorno, de trazas barrocas del siglo XVIII y muy própias para el pequeño tesoro que encierra.

Una vez hemos atravesado esa portada, el caminito nos adentra en un secreto y mágico jardín encantado, que por un lado auna esa tradición de los jardines botánicos dieciochescos de la Ilustración y por otra el discreto encanto de los jardines andalusíes. Tan sólo hay que pararse un momento, apenas unos segundos, para escuchar nuestro alrededor, rodeado de vegetación y sentir el rumor del agua, aspirar el aroma del aire que respiramos, ver la paleta de colores de los distintos verdes y demás colores que afloran entre esa gama de verdes, para percibir el estilo de esos jardines que conocemos de la Alhambra, la Alcazaba de Málaga o más cercano aún, el Alcázar jerezano.

Este pequeño jardin botánico, a nuestro modesto juicio, ha sabido aunar en simbiosis perfecta, ese jardin botánico dieciochesco, jardin andalusi y su fin primordial, ser divulgador y vivero de la flora autóctona silvestre representativa de la provincia de Cádiz, pues es un recinto dependiente del Parque Natural de la Bahía de Cádiz y la oficina del parque además, está muy próxima al Jardín Botánico.

Nosotros hemos disfrutado y hemos salido plenamente satisfechos con su visita, en el deseo de volver y dejar de nuevo volar nuestros pensamientos atrapados por la belleza y tranquilidad que allí se transpira, os invitamos a que os deliteis en un paseo por él...
Texto y fotos: Francisco J. Rodríguez.

A continuación detallamos información práctica para acceso al Jardín Botánico

Horario de apertura:

Mártes a Domingo. Horario mañanas de 10:00 a 14:00 h. Tardes, horario variable según la época del año. Mayo a septiembre de 18:00 h. a 20.00 h. Octubre a abril de 16:00 h. a 18:00 h.LUNES PERMANECERÁ CERRADO AL PÚBLICO
Contactar
Oficina del P.N. Bahía de Cádiz.C/ Coghen, s/n. 11100. San Fernando. CÁDIZTlf. 956 203 187 Fax. 956 203 188Email: http://es.mc240.mail.yahoo.com/mc/compose?to=jbotanico.sfernando.cma@juntadeandalucia.es
Delegación Provincial de la Consejería de Medio AmbientePza. Asdrúbal, s/n.11071-Cádiz.Tfno.: 956 008 700. Fax: 956 008 702 / 956 008 703. E-MAIL: http://es.mc240.mail.yahoo.com/mc/compose?to=pn.bahiadecadiz.cma@juntadeandalucia.es

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sancti Petri. Una última mirada

Copio "impunemente" el título de la obra de Jose Manuel Vera Borja, "Sancti Petri. La última mirada", en la que el autor, al cual, tengo el honor de conocer personalmente, pues fué profesor mío, nos muestra en unas hermosas fotografías en blanco y negro. Es una postrer mirada a un poblado a punto de desaparecer, condenado a caer bajo las excavadoras amenazantes, para nosotros también hacer nuestro propio último homenaje, a través de estas fotos aéreas a vuelo de pájaro, de algo que ya irremediablemente ha dejado de existir, salvo en el recuerdo, hace apenas pocas semanas.

Todos hemos sido cómplices de ese acto. Una vez más, ni las autoridades competentes ni nadie de nosotros, hemos sido capaces de salvaguardar algo, que evidentemente no tuviera valor histórico-artístico ponderable, pero que a un nivel histórico más popular, a nivel etnologico si que tenia su valor y hubiera sido interesante no destruirlo, sino preservarlo, dándole alguna otra utilidad, puesto que nos hemos creido propietarios con derecho a hacer lo que nos plazca, cuando en realidad eramos depositarios nada más. Ese es nuestro error, ya que cada generación simplemente es depositaria de un legado para las siguientes y no dueños absolutos.

Con ese acto, de nuevo nos automutilamos, arrancándonos de nosotros mismos nuestros propios recuerdos, nuestra propia historia y los pueblos que borran su historia estan expuestos a cometer una y otra vez los mismos errores, sin posibilidad de progreso hacia el futuro prometedor, terminando por desaparecer diluidos como un azucarillo en el vacio de su propia identidad y de su historia, como si nunca hubieran existido...ahora ya no tenemos poblado de Sancti Petri, sólo nos queda vislumbrarlo en el libro y las melancólicas fotográfias de Jose Manuel Vera Borja y en estas pocas fotos de conjunto, que aquí pasamos a exponer y divulgar, como pequeño gesto de que la memoria, nuestra memoria no se pierda.

Texto y fotos: Francisco J. Rodríguez




































sábado, 20 de septiembre de 2008

Castillo de Torrestrella


CASTILLO DE TORRESTRELLA

http://picasaweb.google.es/Fjrandr/CastilloDeTorrestrella#slideshow (pinchar enlace para visualizar reportaje fotográfico)

--¡Amigo Francisco...! he pensado que la tarde del próximo sábado la deberíamos emplear en hacerle una visita de cortesía al castillo de Torrestrella.

-¡Pues vale! –respondí.

Los dos sabíamos que era una visita largamente anunciada, más de un año veníamos pensando en hacerla, pero siempre encontrábamos un inconveniente o excusa para posponerla, pero pretextos razonables entendámoslo..., que si en la rehabilitación de un edificio antiguo de Cádiz aparecieron restos fenicios y es interesante echarles un ojeada..., que la bajamar de tal o cual tarde de sábado era propicia para recorrer a pié los alrededores del castillo de San Sebastián y llegar hasta la escollera conocida como “el fin del mundo”..., que si en el museo arqueológico de Cádiz han expuesto los restos fenicios encontrados últimamente en la ciudad..., que si en el mismo museo, fechas más tardes, exponían una muestra del Cádiz andalusí... En resumidas cuentas, que preferíamos embarcábamos en tareas más cercanas o de carácter, a nuestro parecer, eventual convencidos de que el castillo de Torrestrella no se movería de su emplazamiento. Y cuando subimos hasta él y recorrimos el entorno con la mirada, entendimos en silencio el por qué. En el caso hipotético de que alguna vez fuésemos un castillo, cosa que dudamos por razones obvias, os aseguramos que tampoco nos hubiésemos movido de aquélla loma y aquel peñasco de situación tan estratégica.

De todos es sabido que el castillo de Torrestrella se encuentra enclavado en la loma más elevada de la finca denominada “Los Alburejos”, situada ésta en tierras de Medina Sidonia. El llegar a dicha finca es relativamente fácil si disponemos de vehículo propio, un mapa de carreteras actualizado, o uno de esos parlanchines GPS del diablo, que lo saben todo.

Los Alburejos es una finca muy conocida en la provincia de Cádiz debido al famoso apellido de sus propietarios, los Domecq, y porque últimamente se ha convertido en el lugar idóneo para celebrar convenciones, con el aliciente añadido de disfrutar de nuestros mejores tópicos, toros bravos..., caballos..., y lo que ello conlleva. Ahora que la conocemos, sería bueno que convocaran en ella la próxima asamblea de la comunidad de vecinos.

El castillo de Torrestrella se puede visitar, pero es preciso contactar antes con Los Alburejos a fin de que nos autoricen la entrada a la finca. Una vez dentro lo demás salta a la vista, el castillo que hemos venido observando en la lejanía mientras nos aproximábamos a la finca lo tendremos al alcance del objetivo de nuestras cámaras desde ese momento. Si aparcamos en el cortijo y continuamos a pie por el carril que tenemos al frente, portillo que veamos abierto lo trasponemos y lo dejamos tal cual, pero si lo encontramos cerrado lo abrimos lo franqueamos y lo cerramos, son las normas habituales para llevarse bien con el personal de la finca. Para acercarnos al castillo deberemos seguir el camino de albero que sube la ladera que veremos próxima a su emplazamiento, si somos un pelín comodones podemos optar por llegar con el auto por el camino descrito hasta la rasante que provoca la cresta de dicha ladera, allí aparcamos el vehículo procurando no obstaculizar los carriles. Una vez en la rasante franqueamos el portalón de hierro que cierra el camino de albero y subimos hacia el castillo siguiendo el trazado rectilíneo de la alambrada que tendremos de frente y que es perpendicular al mismo; por fortuna, esta cerca carece de espinos, pero ojo, caminaremos por el lado de Levante, o sea por el lado de la izquierda porque más adelante nos veremos obligados a reptar por debajo de la próxima alambrada que encontraremos situada de forma transversal a la que estábamos siguiendo, y ésta si que está dotada de punzantes espinos. El primer repecho es un poco pronunciado y hemos de advertir que caminaremos sobre tierra de labor pisando los consabidos terrones que dejan los arados motorizados al preparar la tierra para la siembra, o con el inconveniente de que después de realizada ésta nos veamos obligados a pisar el sembrado; argumento que pueden esgrimir los dueños de la finca para no autorizar la visita al castillo. Por ello, la mejor fecha para visitarlo es al término del verano. Después de la siega.

Antes de traspasar una cerca nos aseguraremos de que las cabras que vemos pastando en la lejanía no tienen cuernos, porque en ese caso, cuando estés cerca de ellas veras que dejaron de ser cabras para convertirse en caballos; mejor esto que encontrarse con peligrosos toros de lidia.
Después de salvar reptando la primera alambrada transversal que viene a rodear la loma, nos veremos obligado nuevamente a reptar bajo los alambres espinosos de otra cerca que encontraremos un poco más adelante con idéntico trazado.

Desde ese momento la subida a la loma donde esta enclavado el castillo de Torrestrella quedará libre de cercas, pero en adelante nos veremos forzados a avanzar sorteando los abundantes cardos espinosos que nos llegaran en el mayor de los casos hasta la cintura. Verdes y punzantes en invierno y secos y punzantes en verano.

Dichas estas salvedades continuaremos con nuestro relato. Nosotros arribamos al castillo por su fachada Norte, la opuesta a la de la entrada principal. Después de gatear sobre los enormes pedruscos desprendidos de la ruinosa muralla de aquel lado, abocamos directamente en lo que parecía ser el recinto de entrada. Jadeando por el esfuerzo nos sentamos sobres las piedras desprendidas de los muros y admiramos los rincones a nuestro alcance, de esa manera nos dispusimos a consumir nuestra reserva de agua.

Una vez descansados, con las cámaras digitales dispuestas, grabamos en sus memorias internas, cada rincón, cada hueco, cada retazo del paisaje que veíamos a través de éstos, cada piedra desprendida, cada arista de las murallas todavía en pié o de su torre, cada dependencia, cada detalle arquitectónico, una bóveda, un arbusto emergiendo de sus inquietantes grietas, una planta seca, un espino... lo fotografiamos todo.

Luego algo más sosegados pero vibrantes todavía de emoción, por contemplar y estar en aquel olvidado reducto preñado de historia, trepamos a lo más alto de la torre del homenaje. Desde aquella imponente atalaya, el paisaje circundante se nos presentó en todo su esplendor iluminado por un sol de septiembre todavía radiante, límpido, diáfano a consecuencia de la suave brisa de Poniente que refrescaba la tarde, y por su cielo carente de nubes naturales, puesto que sí las había, pero artificiales. Largas éstas, desmadejadas y rectilíneas, obra de un orgulloso reactor que quiso mostrarnos su presencia de aquella original manera.

Y... ¡oh! Sorpresa. Con los pies un poco más en la tierra, a causa de la presencia de aquel artefacto volador, rota por su causa la ensoñación que provocaba en nuestro ánimo el ruinoso castillo, reparamos en la existencia de un carril terroso que pasaba a pocos metros de la muralla Este. No sabíamos de donde venía ni a donde llevaría; lo que si sabíamos es que nos sentíamos muy orgullosos de haber hecho el camino antes descrito. Puesto que aquella tarde inolvidable, desde el momento preciso en que llegamos a la finca y vimos aparecer la silueta del castillo entre la arboleda, solitario y orgulloso allá en el horizonte, hacia él sin más nos dirigimos y de igual manera pensamos proceder en una próxima visita.

Breve reseña histórica del castillo:

El hermoso castillo de Torrestrella, es una edificación de más que presumible origen andalusí, pero toda vez que el reyAlfonso X el Sabio reconquistó la comarca de la Bahía de Cádiz y de la Janda en el año 1264, toda esta zona pasó a ser límite de frontera con el reino nazarí de Granada.

En el año 1279, Alfonso X concedió los castillos de Medina Sidonia y Alcalá a la efímera orden militar de Santa María de España, creada por el mismo monarca en el año 1272, ordenándole que la fortaleza se llamara "Estrella", de donde quizás venga el nombre del castillo y campos de Torre estrella.

Por tanto, nuestro castillo de Torrestrella que aquí tratamos y al que hemos hecho la visita fué reedificado en la segunda mitad del siglo XIII, sobre los restos que quedaran del anterior castillo andalusí.

La orden de Santa María desapareció en el año 1280, y Sancho IV concedió a la orden militar de Santiago los castillos que antes pertenecieran a la extinta orden, la cual, merece que un día la tratemos en un capítulo aparte dado su relevante interés para la historia de nuestra zona y el relativo desconocimiento sobre la misma que el público en general puede tener sobre ella.

Tal como hemos intentado plasmar en el relato anterior, surgido de nuestra propia experiencia y sensaciones en la visita al mismo, creemos que pese al estado lamentable y de abandonada ruina en que se encuentra el castillo, este bien merece una visita que no defraudará y si que deleitará a todo aquel que la realice. No importa su aislamiento, ni ese estado deteriorado, puesto que son unas ruinas que conservan detalles arquitectónicos de mucho ínteres al descubierto y que dejan ver su potencia en sus ruinas desvaidas.

Es una fortaleza que evoca esos tintes románticos decimonónicos en lo alto del cerro donde se asienta y que se prolonga sin solución de continuidad a todo lo largo farallón pétreo que como calzada de gigantes le sirve de firme y le da su aspecto robusto y rocoso. Baste decir como culmen que en nuestra visita hemos hecho un reportaje fotográfico de más de 200 fotos, que por cuestioón de espacio y de no ser demasiado repetitivos en nuestra galería hemos reducido a 69 vistas representativas del mismo. Creo que ese reportaje habla por si solo de las excelencias de tan hermosa construcción y que tenemos la fortuna de admirar tan cercana a nosotros. Uno de nuestros parajes olvidados por la historia y por las gentes, pero quizás, tal vez, mejor así, porque eso le ha hecho librarse de las plagas modernas de nuestro mundo actual, como son la basura y los grafittis que tanto afean los parajes y los restos del pasado...
Texto: Francisco Ruiz / Francisco J. Rodríguez
Fotos: Francisco J. Rodríguez

lunes, 4 de agosto de 2008

lunes, 2 de junio de 2008

Ruta del acueducto Tempul-Gades.


Han pasado bastantes años y aún recuerdo mirando atrás, que siendo un chaval que apenas rondaba la edad adulta, a mediados de la década de los ochenta, decidimos mudarnos de Cádiz para trasladarnos a una nueva residencia, ubicada en el centro de la vecina población de San Fernando.

Al sufrir ese brusco cambio, que afectaba tanto a mi vida cotidiana, ya que para ir a realizar mis estudios, debía seguir viniendo al casco histórico de la ciudad, me ví obligado a coger a diario el autobús, que cada veinte minutos aproximadamente, comunicaba y sigue comunicando los apenas ocho kilómetros que separan ambas ciudades, a través de la autovía que discurre por un estrecho istmo arenoso, sobre la que se asienta esta y la línea ferroviaria.

Esta delgada franja de arena o tómbolo arenoso, antiguamente llamado camino del arrecife, no es en si, más que la antigua vía que comunicaba Gades con Roma, la denominada vía Heraklea, de la que aún queda algún resto visible entre esas mismas dunas y sobre la que paralelamente, discurría también otra obra romana, el acueducto de Tempul, que suministraba agua fresca y abundante a la urbe antigua.

Convertida esa vicisitud en algo común y rutinario con la convivir a diario, una imagen, quedo impreso para siempre en mi memoria. De forma rutinaria, me sentaba en uno de los asientos, volvía mi rostro hacia el cristal donde reclinaba mi cabeza y desde allí, contemplaba el paisaje cambiante con que me regalaba a diario ese corto trayecto.

Sorprendíame tantísimas veces, ante el fulgor azul cristalino del cielo, contrastando con un mar que prácticamente no tenía impedimento, salvo la delgada carretera, para vernos circundados por todos lados. Había días, en que las condiciones climáticas desfavorables, hacían que esa impresión de fragilidad ante el ímpetu del mar, cobrase si cabe, más fuerza en mi mente. El estruendo intempestivo del viento azotando por doquier y el bramido de las olas relamiendo la escueta franja de dunas arenosas, magnificaban esa imagen. Pero sobre todo, reclamo mi atención, un hecho que había observado varias veces, en que la bajamar alcanzaba proporciones de cierta importancia.

En esos días en que la línea marina, durante unas horas, se alejaba de la carretera, yo veía al principio de la orilla una hilera de piedras redondas, agujereadas en su centro, perfectamente alineadas y semihundidas en la arena húmeda. Rocas medianamente grandes para ser vistas desde la misma y recubiertas con una relamiosa coloración verdosa e intensa, fruto de la acumulación de la flora submarina, a la que por lo común, estaban sujetas durante la mayor parte del día.

Después, mucho mas tarde, descubrí que eso llevaba siendo así durante prácticamente dos mil años. Fue mi primer contacto visual, in situ, con el famoso acueducto romano mandado construir por uno de los Balbos de Gades, Lucio Cornelio Balbo.

Desde pequeño, siempre me habían entusiasmado las historias de la antigüedad y el conocimiento del pasado. Incluso cuando de niño iba a la playa, quedaba con mi amigo Pepe y con una simples gafas de submarinismo y un par de aletas, nos dedicábamos a rastrear los arrecifes de roca arenisca que durante la marea baja, aparecen en la playa de Santa María del Mar. Allí pasábamos horas recolectando pequeños fósiles incrustados en las rocas e imaginábamos restos sumergidos bajo las olas, al hilo de nuestras febriles mentes, imbuidas de relatos sobre aquel Cádiz viejo que se hundió, que se lo trago el mar y que nosotros en nuestra fortuna, soñábamos con encontrar con nuestros escasos recursos para tal menester. Aquí y allá, en cada figura caprichosa de una piedra que nos salía al paso, figurábamos la imagen de unos de esos restos arquitectónicos perdidos, de una antigua civilización.

Dejados todos estos recuerdos atrás en el tiempo, pero no olvidados, sino siempre presentes en mi memoria, hace poco se me ocurrió comentarle a mi buen amigo Francisco, otro entusiasta de la aventura y de las piedras antiguas y co-autor además de este proyecto, lo interesante que sería la idea de intentar hacer una "reconstrucción" de aquella famosa canalización, fruto de la ingeniería romana y del evergetismo de un poderoso gaditano para con su ciudad.

Recorrer sus escasos y desconocidos vestigios para el gran publico, allá donde pudiera sobrevivir aún, algún rastro mutilado del mismo inserto en el paisaje y así, a través de nuestras propia pequeña aventura, rescatarlo de la memoria olvidada del pasado y traerlo de nuevo en cierta manera al presente, como uno de los monumentos mas importantes que avalaron con su presencia, la importancia de la antigua Gades.

No es que seamos originales en esto, puesto que ni siquiera, hemos sido los primeros en acertar con esta idea. Ya mucho antes, se adelantaron a nosotros. Los cronistas árabes y andalusíes de época medieval, se hacían loores y contaban relatos mágicos, expuestos más adelante, cuando hablemos de la parte del trayecto final del recorrido por la ciudad de Gades, sobre el prodigio de su construcción, pero no será hasta la época de Felipe II, cuando se decida hacer un estudio de su viabilidad y puesta en valor de nuevo.

A tal fin, el rey contrata los servicios de un carmelita descalzo, para mas señas napolitano, llamado Fray Ambrosio Mariano, aunque también conocido como Azaro de San Benito. Fray Ambrosio fue un personaje peculiar y que tuvo no sólo relación con el rey Prudente, sino también con la propia Santa Teresa de Jesús y con la no menos fascinante Ana de Mendoza, la princesa de Éboli.

Fray Ambrosio, fue un hombre inquieto de su tiempo, pese a su eremitismo. Intervino en la famosa batalla de San Quintín, gesta de los hechos de armas de la monarquía hispánica y en el concilio de Trento, fue uno de sus teólogos seculares. Realizo diversas actividades en la corte polaca para la corte hispana y fue admitido como caballero de la orden de Malta, es decir, los caballeros Hospitalarios.

Aquí en la península, construyo diversas fundaciones para el Carmelo repartidas a lo largo y ancho de la misma, pero una de las que le dieron mas fama fue sin duda, la que realizo en Pastrana por encargo de los príncipes de Éboli, junto a su compañero y hermano Juan Nordisch, mas conocido como Fray Juan de la Miseria.

Hoy día, es perfectamente visible, haciendo una visita a la ermita de San Pedro, una representación pictórica de ambos monjes y de su labor en la corte de los de Éboli, gracias a Fray Pedro González de Mendoza, hijo de los príncipes que mando su ejecución para recuerdo de sus padres, a principios del siglo XVII.

Como ultima anécdota de este personaje, tal vez, habría que reseñar que era un hombre que se ufanaba de no cobrar nada en cada encargo para el que se requerían sus servicios y su pericia. Según sus mismas palabras, lo hacia " Por amor a Dios y a su rey", cosa, sin duda, que no sé a Dios, pero al rey Felipe si que debía agradarle muchísimo y tomarlo en consideración y al pie de la letra, dada las siempre dificultades financieras de su vasto imperio y mas, cuando decididamente y de una vez por todas, el proyecto de rehabilitación del acueducto, se perdería y caería de nuevo en el olvido.

Deberemos esperar ya pues al siglo XVIII, al siglo de las Luces y con los Borbones, para que de nuevo la vieja idea que Cádiz vuelva a contar con un suministro continuo de agua, aparezca de nuevo con fuerza.

Reinaba en España Carlos III y en la plaza de Cádiz gobernaba el Conde de O'Reilly, a la sazón Capitán General de la misma. Fue el doce de Enero de 1784 cuando decidió convocar una reunión privada a la que asistieron entre otros, Pedro Ángel de Albisu, para la posible puesta de nuevo en funcionamiento del viejo acueducto, y así resolver con ello, la secular escasez de agua a la que de continuo se veía sometida la ciudad, sobre todo, en los meses de verano y además, paliar el elevado coste que se pagaba por ella, que se consideraba excesivo.

El examen del mismo se encomendó a los peritos D. Vicente Rueda y D. Antonio Hurtado. Ellos realizaron todos los preparativos para la puesta en marcha de dicha empresa, llevándose consigo a 30 hombres de la propia ciudad de Cádiz a los que luego se le fueron uniendo 8 hombres mas de las cercanías, todos ellos capacitados conocedores del terreno a estudiar.

Dos meses y veinte días después, sus conclusiones estaban sobre la mesa. En ellas, se reflejaba que las aguas de la fuente de Tempul distaban 11 leguas de su destino final. Reconocieron todo el camino del acueducto y apreciaron en él, que la mayor parte era una construcción abovedada de unos cinco pies y medio de altura y dos de ancho, en muchas partes semiderruido, pero en otras, sin embargo, la catalogaban en buen estado de conservación.

En el informe, los peritos se hacían eco de la dirección trazada por los antiguos romanos como la mejor posible, cosa que no sé si seria sorprendente en aquel siglo de las Luces, pero que hoy no nos sorprende nada, habida cuenta del nivel de conocimientos que hoy se tiene sobre la ingeniería romana, pese a que aun así, todavía nuestras lagunas al respecto son muchas. Además, bastaría mirar un mapa topográfico para comprobar como la actual tubería de suministro a las poblaciones de la bahía, transcurre e incluso a veces se superpone por los mismos lugares que el viejo recorrido romano.

El informe pericial también confirmaba la buena consolidación de los muros del arrecife desde la Isla de León ( San Fernando ), hasta la ciudad, pese a que poco antes el acueducto se internaba en el mar por el efecto erosivo del océano sobre la tierra firme, aunque luego a la altura de Torregorda vuelve a recorrer el arrecife. Una imagen, mas de doscientos años después, muy familiar a mis propios recuerdos y que como mas arriba he dejado constancia, supusieron mi primera visión de las viejas piedras del acueducto. El diagnostico del examen concluía diciendo que la obra era factible y que podía proporcionar grandes beneficios.

El cabildo acordó llevar a cabo el proyecto. Para financiarlo, el Conde de O'Reilly ideo establecer un arbitrio, aunque varios ricos-hombres a tal fin, adelantaron un anticipo de 434.761 pesos. Igualmente, se pensó, no sé si fue el mismo conde basándose en la analogía de esa idea, que a quien debiera corresponder realizar esa misión, fuera un arquitecto de la misma Roma, de contrastada habilidad y ciencia.

Para ello, el Cabildo interesó en el proyecto al encargado de negocios de la corte en la Ciudad Eterna, quien sugirió el nombre de Scipione Perosini, ya que este cumplía perfectamente con los requisitos solicitados. Perosini solo pedía por sus servicios para llevar a buen termino el encargo, de venticuatro a treinta mil reales, mas aparte los gastos del viaje hasta Cádiz

En su estudio, Perosini estimo el caudal de las fuentes de Tempul en quinientas pulgadas fontaneras. Un suministro mas que suficiente ya que calculaba que con ciento cincuenta bastarían para satisfacer la ciudad, dando una proporción de mas de treinta y seis litros por día y habitante. Los cálculos presupuestados los estimo en 63.047.443 reales de vellón, con un arbitrio de dos reales sacados a cuenta del arbitrio ya existente de Enlosados.

Pero una vez más y pese a que ya se habían gastado alrededor de 300.000 reales, para la consecución del proyecto, la rehabilitación del acueducto no se llevó a cabo. El Conde de O`reilly fue destituido de su puesto y por tanto su sueño se desvaneció.

El propio Scipione Perosini abandono Cádiz y se vio inmerso en otros proyectos cercanos a Sevilla, de hecho incluso, intento ser admitido en la Academia de San Fernando de Bellas Artes de Sevilla, pero encontró la oposición y tal vez la envidia de algunos que impidieron tal objetivo, argumentando su origen extranjero.

Sin duda, este nuevo intento desvanecido y tal vez consciente en su mente incluso de las viejas leyendas islámicas de Al-andalus reflejadas en los textos, fue lo que motivo a que el poeta Bandes Candamo en su obra "La piedra filosofal", narrara las bodas de Iberia con Híspalo en Cádiz, en cuya acción, se premiaba con el matrimonio de dicha joven, a quien fuera capaz de concluir las murallas del sur, un puente que comunicara con el continente y rehacer el viejo sueño del acueducto.

Hoy día y pasado el tiempo, inmersos en pleno siglo XXI, todo esos viejos proyectos se han hecho realidad de una u otra manera, más acorde a los tiempos modernos. Nosotros, pese a ser hombres de nuestro siglo, seguimos teniendo aún el espíritu romántico y de añoranza por la aventura. Ese mismo halo de romanticismo, es el que nos impulsa a dejar constancia de la melancólica evocación de las viejas piedras, que podrían parecer testigos mudos de una historia ya lejana y olvidada, pero que ciertamente y estamos convencidos de ello, eso no es así.

No son testigos mudos, sino reales y presentes de ese pasado y en cuyas piedras como casi en un acto mágico y fetichista, esa memoria oculta ha quedado impresa, como en una cinta de video o un CD y que solo necesitamos de la adecuada capacidad de nuestro espíritu, para que esa película, esa historia pasada, pueda de nuevo visionarse desde su comienzo, una y tantas veces como queramos. Con solo dejarnos llevar o arrastrar por esa memoria atrapada en la piedra y la melancólica belleza omnipresente del paisaje y sus ruinas, a cada momento diferente que las contemplemos y que las sintamos, puesto que ningún momento es nunca igual, siempre nos surgirá una experiencia vital diferente.

Hemos hablado en estas líneas, salpicadas aquí y allá de divagaciones y recuerdos propios, de los que nos precedieron con su trabajo y su esfuerzo, en ese intento por recuperar de alguna manera, esa memoria del viejo acueducto, incluso a fehacientes niveles de practicidad no consumadas al final. Nosotros en esa idea, como digo, romántica, ahora intentamos seguir los pasos de todos esos hombres que siglos antes, cada uno en su medida, han contribuido a que esos vestigios desperdigados por ese paisaje no hayan caido en el olvido entre nosotros.

Lucio C. Balbo, Fray Mariano Ambrosio, Vicente Rueda, Antonio Hurtado, Scipione Perosini y otros tantos hombres anónimos, que no han dejado constancia de su nombre, han hollado estos lugares y han dejado su importante legado y al que nuestra aportación, nuestro pequeño granito de arena, no puede hacer sombra, sino que por el contrario, nuestro más que modesto itinerario no hace sino seguir esa senda que ellos han dejado ahí para que otros, personas normales como nosotros, sigamos su curso sin perdernos y disfrutemos desde la sencillez y desde la divulgación, ese importante monumento legado por la antigüedad mas esplendorosa del pasado lejano de Gades.
Aquí empezamos pues, a exponer los hitos reseñables, que en diferentes etapas hemos ido localizando y dejando constancia fotográfica y ahora memoria escrita, de su resquebrajada supervivencia al paso de los siglos...
Texto: Francisco J. Rodríguez.
Fotos: Francisco Ruiz / Francisco J. Rodríguez.
Galería fotográfica:

lunes, 26 de mayo de 2008

Perspectivas de la Laguna de Medina en el mes de Mayo


Para ver reportaje de la Laguna de Medina, pinchar sobre el enlace de abajo.


Laguna de Medina

No es pasión de padre porque de ella no lo soy, pero tal vez, sea pasión de hijo aunque en cierto modo, porque realmente tampoco lo soy, puesto que nací en Málaga. es por que la admiro como si fuera mía y me estoy refiriendo a la provincia de Cádiz, naturalmente.

Yo la comparo con un gran kiosco de esos que tienen en sus estantes de todo. Si pides tabaco, lo tienen, pero más vale que prescindan de ese vicio; si caramelos, los tienen de todos los gustos... si sellos de correos, seguro que también está surtido, a más de revistas, aspirinas, la prensa diaria, pipas saladas o sin sal, pistachos tostados, almendras ídem, pilas alcalinas de todos los tamaños, cerillos, mecheros, botellines de agua mineral, tiritas para las pequeñas heridas y un sinfín de artículos que ahora no viene a cuento recordar.

Pues aunque parezca un poco exagerado, así veo a esta provincia. Si quieres playas con grandes olas y vientos casi constantes, ahí está la pintoresca Tarifa. Si quieres playas de arena rubia y limpia, ahí está todo su litoral. Que si río navegable, también lo tiene en el Guadalete hasta el Puerto de Santa María. Si nieve, la tiene en su tiempo en las sierras de Grazalema, Villaluenga del Rosario y Benaocaz. Si brazo de mar, tiene el río San Pedro en Puerto Real y Sancti-petri en San Fernando. Que si isla, tiene la del Trocadero , situada ésta en la boca del segundo saco de la Bahía y la rodeada de orígenes míticos, de igual nombre que el caño, Sancti-Petri, hermoso paraje en el entorno de la Punta del Boquerón.

Sierras escarpadas, las nombradas anteriormente y muchas más. Y por continuar diciendo posee marismas en las que abundan esteros con piscifactorías e importantes salinas en explotación. Y como dije con el kiosco hay en ella muchísimas cosas más, pero las que no quiero olvidar son sus lagunas y más en concreto la más importante de todas ellas, la denominada “Laguna de Medina”. Y es que, los lectores me perdonen por lo extenso del preámbulo, es esa laguna precisamente la que desde el principio a todos intento presentar.

Para aclarar un punto importante, les prevengo que dicha laguna pertenece al término de Jerez y no al de Medina Sidonia como cabía esperar por su nombre. El llegar hasta ella es sumamente fácil si escogemos la autovía Jerez-Los Barrios y nos situamos entre el lugar llamado “Lomo Pardo” y la planta cementera que se yergue fantasmagóricamente en el paisaje a poco de salir por esa vía de Jerez. Estando en ese entorno reconocerán enseguida las indicaciones que les conducirán a ella. Lo primero que localizaran será el aparcamiento , y después el mirador elevado que está situado junto a él.

La tarde que la visité por vez primera me acompañaban como siempre mis inseparables amigos Francisco y Antonio, dos enamorados como yo del variadísimo paisaje de nuestra tierra. Una vez en el mirador dimos rienda suelta a nuestra capacidad de admiración atrapados por la belleza de la laguna en sí y de su verdeante y florido entorno, por algo estábamos en primavera. Como diestros pistoleros, desenfundamos nuestras cámaras digitales y apretamos con ansias sus gatillos con intención de atrapar egoístamente la esencia de aquel magnífico paisaje. Luego nos acercamos a la laguna y nos admiramos nuevamente de la variedad de aves acuáticas que reposaban tranquilas sobre sus aguas. Para admirarlas con prismáticos se recomienda moverse por el entorno en silencio.

Aquella tarde, a orillas de aquel reducido mar interior, me sentí pequeño e ignorante ante la inmensa variedad de arbustos y herbáceas que nos rodeaban y que fui incapaz de identificar ni mínimamente.


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Ante este pequeño despliegue nostálgico con el que nuestro amigo Francisco capta toda la esencia de este bello y cautivador entorno del interior de la bahía de Cádiz, poco más puedo yo añadir a la feliz conclusión de estas impresiones, pues él ya se ha encargado con sus líneas, de dejar una senda indeleble en nuestro espíritu que nos invite a acercarnos, sin desvíos erráticos, hacia dicho lugar.

Tal vez, lo único que pueda añadir es algún que otro dato técnico que permite hacernos una idea de la importancia de dicha laguna, aunque añadan aridez a la hermosa descripción del igualmente hermoso entorno hecha por nuestro amigo.
Es la mayor y la más importante de las lagunas de Cádiz, ocupando una superficie de 120 ha. más si cabe, desde la desaparición hace ya años de la laguna de la Janda. 1.300 por 400 m. son sus medidas aproximadas y su localización exacta, tal como vemos en el mapa vía satélite que adjuntamos, se sitúa a la izquierda de la carretera de Jerez de la Frontera a Medina Sidonia, a 1,5 km al sudeste de la antigua laguna de las Quinientas, desecada y puesto en uso agrícola.

Es una laguna de tipo estepario, al igual que los otros complejos endorreicos cercanos y de los que también hablaremos de Puerto Real y Chiclana. Su profundidad máxima no rebasa los 2 m con buen tiempo lluvioso, disminuyendo mucho su nivel con la sequía pero conservando siempre un remanente de agua aportado seguramente por un arroyo cercano y posiblemente por la misma capa freática que no debe ser muy profunda.

La laguna tal como la hemos visto en estos días y con tan buen nivel de agua, se halla rodeada de un exuberante cinturón vegetal en sus riberas y allí podíamos observar cobijadas especies interesantes como el flamenco, fochas, ánades, aguiluchos, malvasías etc.
Al mencionar a toda esta "rara avis" no quiero dejar pasar la ocasión fortuita, verdaderamente afortunada que tuvimos cuando ya casi nos íbamos, de toparnos con esa otra especie en vías de extinción. Su nombre es Pedro y es el vigilante regular de este espacio natural.
Pedro es una persona sencilla y afable, criado en el campo según nos contó, verdadero amante de la naturaleza y de su trabajo y gracias a su conocimiento pudimos profundizar aún mucho más en los valores que encierra y que esconde la hermosura del espacio protegido. Desde aquí sirvan estas pocas palabras para mandarle nuestro recuerdo y nuestro aliento a este recién conocido amigo, guardián infatigable de los secretos del lugar y que invitamos a quienes nos lean a pararse y charlar pausadamente con él, porque un paraje no sólo atesora su paisaje o sus restos históricos del pasado, sino que el paisanaje cuando se trata de personas como Pedro, puede procurarnos la guinda del pastel de una interesante excursión que apenas vislumbrábamos tan fructífera como acabó convirtiéndose, y el conocimiento de este vigilante fue parte importante de la satisfacción conseguida con nuestra visita ...Gracias Pedro.
Una última sugerencia...apoyados en la balaustrada de madera y mirando a la laguna pero sin fijar la vista en un punto concreto, dejarse envolver por la brisa y el sonido del viento susurrando entre la fronda, mientras acaricia suavemente los carrizos más cercanos a donde nos encontramos. Es una maravillosa experiencia a los sentidos, verdadera música que serena nuestro espíritu y aviva nuestra mente...

Texto de Francisco Ruiz y Francisco Rodríguez-Andrade
Fotos de Francisco Rodríguez-Andrade