Una tarde de sábado de agosto, Javi y los dos
Franciscos, tres amigos unidos por las ansias de conocimiento de la historia de
Cádiz en toda su extensión política, con mentalidades diferentes y gustos bien
diferenciados como demostraban las tres tazas de cafés que teníamos delante en
el bar La Laguna, un manchado, uno solo y un descafeinado, decidíamos donde ir
para aprovechar el calor que nos brindaba nuestro astro rey a las cuatro de la
tarde.
Después de barajar varios lugares nos decantamos por visitar Sancti-Petri, allí, donde el sol tuvo su protagonismo en épocas lejanas, como demuestra el sencillo monumento erigido sobre el acantilado, considerado punto mágico, situado frente al castillo de Sancti-Petri.
Ya en nuestro coche, nos abandonamos a la buena voluntad del ángel de la guarda de Javi, que era el que conducía, y digo esto, porque conectó ese artilugio electrónico que ahora llevan incorporados los vehículos modernos, que más que por vía satélite parece que las multinacionales hicieran un convenio de colaboración con el del más allá aprovechando la amplia cobertura de sus ángeles de la guarda, esos que velan por cada uno de los mortales. Se dice que los ángeles no tienen sexo, vale, pero lo que sí se puede asegurar es que todos tienen voz de mujer, “abandona la próxima redonda por la segunda salida” y si te equivocas, “retroceda si se puede y tome la siguiente salida” lo dicho, sintiéndonos seguros guiados por la amable voz femenina llegamos a nuestro destino.
Y allí nos esperaba el mítico Hércules, imponente como él mismo señalándonos con su brazo derecho el camino de vuelta, por si aquel lugar emblemático cargado de historia milenaria no fuera de nuestro interés.
Y como siempre digo, la historia que la cuenten los historiadores, y lean que casi todo está en los libros.
Después de barajar varios lugares nos decantamos por visitar Sancti-Petri, allí, donde el sol tuvo su protagonismo en épocas lejanas, como demuestra el sencillo monumento erigido sobre el acantilado, considerado punto mágico, situado frente al castillo de Sancti-Petri.
Ya en nuestro coche, nos abandonamos a la buena voluntad del ángel de la guarda de Javi, que era el que conducía, y digo esto, porque conectó ese artilugio electrónico que ahora llevan incorporados los vehículos modernos, que más que por vía satélite parece que las multinacionales hicieran un convenio de colaboración con el del más allá aprovechando la amplia cobertura de sus ángeles de la guarda, esos que velan por cada uno de los mortales. Se dice que los ángeles no tienen sexo, vale, pero lo que sí se puede asegurar es que todos tienen voz de mujer, “abandona la próxima redonda por la segunda salida” y si te equivocas, “retroceda si se puede y tome la siguiente salida” lo dicho, sintiéndonos seguros guiados por la amable voz femenina llegamos a nuestro destino.
Y allí nos esperaba el mítico Hércules, imponente como él mismo señalándonos con su brazo derecho el camino de vuelta, por si aquel lugar emblemático cargado de historia milenaria no fuera de nuestro interés.
Y como siempre digo, la historia que la cuenten los historiadores, y lean que casi todo está en los libros.