YACIMIENTO
ARQUEOLÓGICO DE DOÑA BLANCA. Puerto de Santa María. Cádiz
Los
dos Franciscos y lo poco que pudimos ver del yacimiento de Doña Blanca.
Por lo visto, su Majestad la reina Doña Blanca, no recibe los sábados por la tarde, y a pesar de saberlo no nos cortamos un pelo y decidimos acercarnos a su castillo, o al menos a una de sus supuestas residencias en nuestra provincia. Al parecer no se encontraba a gusto en ninguna de ellas, y la culpa la tenía su Real marido, que la mandó a paseo por la península. Un tal Pedro, que por ser Rey se permitía el gusto de ser bastante cruel. Ella no estaba de acuerdo con tal decisión porque no se fiaba de dejarlo solo con tantas princesas sueltas por este mundo de Dios. Por supuesto no nos recibió, aunque nosotros creímos ver luz en una de las pocas ventanas de su cruciforme y almenado hogar. Otra vez será, los que tienen la desgracia de trabajar también los sábados por la mañana, es el caso de mi amigo F.R. A., les está vedado visitar este yacimiento. Por ello lo rodeamos, campo a trabes, sorteando chumberas, matojos varios y cañaverales, y ¡Oh! sorpresa, nos alegró la tarde la graciosa presencia de una escurridiza bandada de pavos reales campando a su albedrío por la campiña. Menos mal, no estaba todo perdido. Así continuamos nuestro camino circundando la cerca de malla del recinto hasta dar casualmente con algunos claros en los cañaverales del interior que nos permitió tomar algunas imágenes del antiquísimo poblado fenicio. Unas imágenes sorprendentes según se puede apreciar en el álbum que se adjunta al socorrido comentario. Por cierto, nos llamó bastante la atención el sistema natural de seguridad del vallado según se observa en una de las fotos (si sois alérgicos a las avispas absteneos de tocarlo, "mecáchis" ya lo dije) La historia como siempre, se la dejamos a los historiadores y arqueólogos.
Por lo visto, su Majestad la reina Doña Blanca, no recibe los sábados por la tarde, y a pesar de saberlo no nos cortamos un pelo y decidimos acercarnos a su castillo, o al menos a una de sus supuestas residencias en nuestra provincia. Al parecer no se encontraba a gusto en ninguna de ellas, y la culpa la tenía su Real marido, que la mandó a paseo por la península. Un tal Pedro, que por ser Rey se permitía el gusto de ser bastante cruel. Ella no estaba de acuerdo con tal decisión porque no se fiaba de dejarlo solo con tantas princesas sueltas por este mundo de Dios. Por supuesto no nos recibió, aunque nosotros creímos ver luz en una de las pocas ventanas de su cruciforme y almenado hogar. Otra vez será, los que tienen la desgracia de trabajar también los sábados por la mañana, es el caso de mi amigo F.R. A., les está vedado visitar este yacimiento. Por ello lo rodeamos, campo a trabes, sorteando chumberas, matojos varios y cañaverales, y ¡Oh! sorpresa, nos alegró la tarde la graciosa presencia de una escurridiza bandada de pavos reales campando a su albedrío por la campiña. Menos mal, no estaba todo perdido. Así continuamos nuestro camino circundando la cerca de malla del recinto hasta dar casualmente con algunos claros en los cañaverales del interior que nos permitió tomar algunas imágenes del antiquísimo poblado fenicio. Unas imágenes sorprendentes según se puede apreciar en el álbum que se adjunta al socorrido comentario. Por cierto, nos llamó bastante la atención el sistema natural de seguridad del vallado según se observa en una de las fotos (si sois alérgicos a las avispas absteneos de tocarlo, "mecáchis" ya lo dije) La historia como siempre, se la dejamos a los historiadores y arqueólogos.