Un Antonio, dos Franciscos y un Alejandro campeando libremente por la anchurosa Hispania Ulterior. Para no pecar de exagerado, mejor decir que recorriendo las calzadas del conventus gaditanus. Podría ser el subtítulo de esta..., llamémosle historia de modernos exploradores descendientes, quiero imaginar, de aquellos hispano-romanos que nos precedieron. Ocurrió..., y esta palabra nada tiene que ver con el título de la presente narración,...que en uno de esos días de finales de invierno en que el sol y los grandes nubarrones dominaban a la limón nuestra doméstica porción de bóveda celeste, los cuatro amigos nombrados abandonábamos, a bordo de uno de nuestros autos, a la antigua Gades con el estómago vacío y a hora muy temprana por aquello de sacar el máximo partido a la jornada.
Pero aquella no era una salida imprevista, ésta había sido planeada meses antes a fin de que se diera la circunstancia de disponer de un día puente. Tal era el día en que emprendimos la marcha resueltos a hacerle una visita al olvidado oppidum ibero- romano de Ocurri, ubicado éste en tierras de Ubrique, y más en concreto en el Salto de la Mora.Digo en favor de las actuales autovías, que éstas nada tienen que envidiar a las desaparecidas calzadas romanas que comunicaban todo el imperio con la mismísima Roma.
Nuestro auto conducido por el joven arqueólogo Alejandro, volaba por el tramo de autopista Cádiz –Jerez y la autovía Jerez-Los barrios casi sin posar los neumáticos por el asfalto, comprendan que exagero, no se lo vaya a tomar en serio algún agente de la DGT. Lo que pretendo decir con esta explicación es que el viaje por estas nuevas vías además de resultar agradable, es razonablemente rápido y seguro.
Al rebasar la ciudad de Arcos nos desviamos hacia la antigua carretera que pasando sobre la presa del pantano del mismo nombre habría de conducirnos hasta la población de Ubrique.Creo recordar que comenté que esa mañana no habíamos probado bocado. Pues bien, una vez rebasado el pantano, nuestro común amigo Alejandro tuvo la feliz idea de que ya era hora de remediarlo.
-Paco..., tú que conoces estos parajes... ¿Dónde podríamos desayunar? –me preguntó de improviso.
-Creo que la única venta que hay de aquí hasta las proximidades de El Bosque la encontraremos a un par de kilómetros de aquí –respondí sabiamente.
Pero no fue así. Cuando partiendo de ese preciso instante llevábamos recorridos más o menos un centenar de metros, observé con estupor que la venta anunciada estaba ya a nuestra derecha.
-¡Es aquí! –se me ocurrió decir al ver que estábamos a punto de sobrepasarla.
Repentinamente, a la vez que sentíamos una fuerte sacudida debido a la inercia de nuestros sorprendidos cuerpos, se inundaron nuestros sentidos del desconcertante chirrido del frenazo ocasionado en ese instante y del acre olor a goma quemada que inundó inmediatamente el oxigenado ambiente. El avispado y hábil conductor frenó guiado más por el vacío de su estómago que por los dictados de la prudencia. Y sin más, una vez que los de delante nos quitamos de encima a los de atrás (a Paco, en unos de sus habituales despistes, se le olvida que él es de los de atrás y no de los de adelante, jeje...inciso corrector).
Volviendo a la normalidad giramos hacia la venta dejando sobre el asfalto la negra huella de nuestro paso.Una vez dentro del local apreciamos que en ella concurrían los consabidos tópicos habidos en las habituales ventas de carreteras. Abigarrado su interior de carteles de eventos flamencos, romerías del lugar, corridas de toros..., anuncios de venta de pan de campo, chacinas ibéricas, pastelería artesana..., expositores con DVDs de Cantaores flamencos, canción española, “pelis” XXX..., vitrinas repletas de tarros con miel de abejas, terrinas con lomo en manteca, zurrapilla, manteca “colorá”..., navajas de mil tamaños y hechuras, cerámica artesanal..., y un imponente mostrador a lo largo de la sala, con sudorosos jamones colgando en gran número sobre él a más de numerosas sartas de llorosos chorizos, morcillas y morcones. Podríamos aventurar que en aquella venta había de todo lo que un caminante extraviado, hambriento y de niveles bajo en colesterol pudiera desear.
Se nos acercó el camarero y como éramos cuatro, pedimos cuatro consumiciones diferentes: Un “cortao”, un descafeinado de máquina, un “manchao” y un zumo de fruta. Y para comer, dos tostadas con aceite de oliva, una con zurrapilla y un pastel de hojaldre. Si nos hubiese acompañado nuestro otro amigo común llamado también Antonio, habría pedido un bio-fruta y una palmera cubierta de yema. Total ¿Por qué no ser diferentes?. Con los estómagos entrados en calor, continuamos nuestro camino derechos hacia Ubrique, conviene aclarar que derecho, derecho no, porque ese camino, a pesar de estar recién remodelado está provisto de abundantes curvas.
El Salto de la Mora y por consiguiente el yacimiento de la ciudad de Ocurri, lo encontramos a menos de un kilómetro rebasando la gasolinera y desviando nuestra ruta hacia la vecina población de Benaocaz. A dicha altura lo anunciaba un cartel de la Junta de Andalucía.Nos adentramos por el carril indicado y acomodamos nuestro auto en el aparcamiento dispuesto junto a las instalaciones de recreo y de información del citado yacimiento.
Medio entumecidas nuestras articulaciones por el largo viaje pero a la vez contentos de encontrarnos a las puertas de la ciudad ibero-romana que tan ilusionados veníamos buscando, dirigimos nuestros pasos hacia la citada ventanilla de información. Ésta se encontraba cerrada, cosa muy normal en esta bendita tierra. ¡Para qué abrir, si aquí no se acerca nadie! --Supongo pensarían los responsables del yacimiento.
Un tanto defraudados por el chasco, recorrimos la cerca protectora del lugar con intención de encontrar una forma honrosa de traspasarla que no se asemejara al acuciante salto de la barrera del torero. Pero no, ese día los olvidados y aburridos Dioses del Olimpo obraron en nuestro favor, el cerrojo de la cancela de entrada no tenía candado. Lo corrimos con cuidado y nos aventuramos por la serpenteante vereda que nos habría de conducir hasta la mismísima Ocurri.
Para nuestra sorpresa comprobamos que dicho camino se encontraba todo lo bien acondicionado que a los jornaleros les debió permitir la frondosa, abrupta y empinada ladera del llamado Salto de la Mora. Tal era así, que entre soplidos y algún que otro resoplido de nuestra parte, nos atrevimos a bromear al respecto. ¿A quien se le “Ocurri-ría ” fundar una urbe romana a tamaña altura? –señalo como ejemplo para no cansar.
Durante la subida no tropezamos con ningún ser humano, aunque sí lo hicimos con un que otro roedor de largas orejas y nariz inquieta. Tan huidizos que fue del todo imposible preguntarles cuanto faltaba para la cima. A la vuelta si que nos cruzamos con varias parejas de extranjeros. Si me atrevo a hacer esta afirmación es por que los oí jadear en perfecto ingles. Con todo esto, lo que intento transmitir es que la subida, por lo empinada, resultó un tanto pesada.
Pero ¡Oh! ¡Premio! A poco de arribar a la cima nos maravillamos con una curiosísima edificación cuadrangular construida a base de sillares perfectamente labrados, que resultó ser un antiquísimo mausoleo, según indicaba un deteriorado panel explicativo de cuando aquello lo inaugurara el político de turno. Y algo más arriba, unas cisternas, y más arriba aún, restos de una muralla, y transponiéndola, los restos del foro de la ciudad de Ocurri, y en la cumbre, los restos de unas thermae o therma romanas y sobre estas, una nueva cisterna conservando aún su abovedado techo de cañón.
Mereció la pena subir, pero aún no habíamos finalizado nuestra jornada de subidas, más bien, esto solo había sido un agradable aperitivo,con parada en el alto donde Ocurri duerme solitaria bajo la humedad de las montañas. Desandamos nuestro sinuoso camino y volvimos al auto, con el cual, nos dirigimos de nuevo a Ubrique. Allí aparcamos convenientemente el coche, lo más cerca posible de nuestra nueva ruta, que no era otra que la paulatina ascención por la calzada romano-medieval que nos conduciría desde la propia Ubrique, hasta la contigua población de Benaocaz, pero eso lo relataremos en una próxima entrada...
Texto: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Francisco J. Rodríguez.
Galería fotográfica:
http://picasaweb.google.es/Fjrandr/CiudadIberoRomanaDeOcurriYCalzadaRomanoMedieval#slideshow
Pero aquella no era una salida imprevista, ésta había sido planeada meses antes a fin de que se diera la circunstancia de disponer de un día puente. Tal era el día en que emprendimos la marcha resueltos a hacerle una visita al olvidado oppidum ibero- romano de Ocurri, ubicado éste en tierras de Ubrique, y más en concreto en el Salto de la Mora.Digo en favor de las actuales autovías, que éstas nada tienen que envidiar a las desaparecidas calzadas romanas que comunicaban todo el imperio con la mismísima Roma.
Nuestro auto conducido por el joven arqueólogo Alejandro, volaba por el tramo de autopista Cádiz –Jerez y la autovía Jerez-Los barrios casi sin posar los neumáticos por el asfalto, comprendan que exagero, no se lo vaya a tomar en serio algún agente de la DGT. Lo que pretendo decir con esta explicación es que el viaje por estas nuevas vías además de resultar agradable, es razonablemente rápido y seguro.
Al rebasar la ciudad de Arcos nos desviamos hacia la antigua carretera que pasando sobre la presa del pantano del mismo nombre habría de conducirnos hasta la población de Ubrique.Creo recordar que comenté que esa mañana no habíamos probado bocado. Pues bien, una vez rebasado el pantano, nuestro común amigo Alejandro tuvo la feliz idea de que ya era hora de remediarlo.
-Paco..., tú que conoces estos parajes... ¿Dónde podríamos desayunar? –me preguntó de improviso.
-Creo que la única venta que hay de aquí hasta las proximidades de El Bosque la encontraremos a un par de kilómetros de aquí –respondí sabiamente.
Pero no fue así. Cuando partiendo de ese preciso instante llevábamos recorridos más o menos un centenar de metros, observé con estupor que la venta anunciada estaba ya a nuestra derecha.
-¡Es aquí! –se me ocurrió decir al ver que estábamos a punto de sobrepasarla.
Repentinamente, a la vez que sentíamos una fuerte sacudida debido a la inercia de nuestros sorprendidos cuerpos, se inundaron nuestros sentidos del desconcertante chirrido del frenazo ocasionado en ese instante y del acre olor a goma quemada que inundó inmediatamente el oxigenado ambiente. El avispado y hábil conductor frenó guiado más por el vacío de su estómago que por los dictados de la prudencia. Y sin más, una vez que los de delante nos quitamos de encima a los de atrás (a Paco, en unos de sus habituales despistes, se le olvida que él es de los de atrás y no de los de adelante, jeje...inciso corrector).
Volviendo a la normalidad giramos hacia la venta dejando sobre el asfalto la negra huella de nuestro paso.Una vez dentro del local apreciamos que en ella concurrían los consabidos tópicos habidos en las habituales ventas de carreteras. Abigarrado su interior de carteles de eventos flamencos, romerías del lugar, corridas de toros..., anuncios de venta de pan de campo, chacinas ibéricas, pastelería artesana..., expositores con DVDs de Cantaores flamencos, canción española, “pelis” XXX..., vitrinas repletas de tarros con miel de abejas, terrinas con lomo en manteca, zurrapilla, manteca “colorá”..., navajas de mil tamaños y hechuras, cerámica artesanal..., y un imponente mostrador a lo largo de la sala, con sudorosos jamones colgando en gran número sobre él a más de numerosas sartas de llorosos chorizos, morcillas y morcones. Podríamos aventurar que en aquella venta había de todo lo que un caminante extraviado, hambriento y de niveles bajo en colesterol pudiera desear.
Se nos acercó el camarero y como éramos cuatro, pedimos cuatro consumiciones diferentes: Un “cortao”, un descafeinado de máquina, un “manchao” y un zumo de fruta. Y para comer, dos tostadas con aceite de oliva, una con zurrapilla y un pastel de hojaldre. Si nos hubiese acompañado nuestro otro amigo común llamado también Antonio, habría pedido un bio-fruta y una palmera cubierta de yema. Total ¿Por qué no ser diferentes?. Con los estómagos entrados en calor, continuamos nuestro camino derechos hacia Ubrique, conviene aclarar que derecho, derecho no, porque ese camino, a pesar de estar recién remodelado está provisto de abundantes curvas.
El Salto de la Mora y por consiguiente el yacimiento de la ciudad de Ocurri, lo encontramos a menos de un kilómetro rebasando la gasolinera y desviando nuestra ruta hacia la vecina población de Benaocaz. A dicha altura lo anunciaba un cartel de la Junta de Andalucía.Nos adentramos por el carril indicado y acomodamos nuestro auto en el aparcamiento dispuesto junto a las instalaciones de recreo y de información del citado yacimiento.
Medio entumecidas nuestras articulaciones por el largo viaje pero a la vez contentos de encontrarnos a las puertas de la ciudad ibero-romana que tan ilusionados veníamos buscando, dirigimos nuestros pasos hacia la citada ventanilla de información. Ésta se encontraba cerrada, cosa muy normal en esta bendita tierra. ¡Para qué abrir, si aquí no se acerca nadie! --Supongo pensarían los responsables del yacimiento.
Un tanto defraudados por el chasco, recorrimos la cerca protectora del lugar con intención de encontrar una forma honrosa de traspasarla que no se asemejara al acuciante salto de la barrera del torero. Pero no, ese día los olvidados y aburridos Dioses del Olimpo obraron en nuestro favor, el cerrojo de la cancela de entrada no tenía candado. Lo corrimos con cuidado y nos aventuramos por la serpenteante vereda que nos habría de conducir hasta la mismísima Ocurri.
Para nuestra sorpresa comprobamos que dicho camino se encontraba todo lo bien acondicionado que a los jornaleros les debió permitir la frondosa, abrupta y empinada ladera del llamado Salto de la Mora. Tal era así, que entre soplidos y algún que otro resoplido de nuestra parte, nos atrevimos a bromear al respecto. ¿A quien se le “Ocurri-ría ” fundar una urbe romana a tamaña altura? –señalo como ejemplo para no cansar.
Durante la subida no tropezamos con ningún ser humano, aunque sí lo hicimos con un que otro roedor de largas orejas y nariz inquieta. Tan huidizos que fue del todo imposible preguntarles cuanto faltaba para la cima. A la vuelta si que nos cruzamos con varias parejas de extranjeros. Si me atrevo a hacer esta afirmación es por que los oí jadear en perfecto ingles. Con todo esto, lo que intento transmitir es que la subida, por lo empinada, resultó un tanto pesada.
Pero ¡Oh! ¡Premio! A poco de arribar a la cima nos maravillamos con una curiosísima edificación cuadrangular construida a base de sillares perfectamente labrados, que resultó ser un antiquísimo mausoleo, según indicaba un deteriorado panel explicativo de cuando aquello lo inaugurara el político de turno. Y algo más arriba, unas cisternas, y más arriba aún, restos de una muralla, y transponiéndola, los restos del foro de la ciudad de Ocurri, y en la cumbre, los restos de unas thermae o therma romanas y sobre estas, una nueva cisterna conservando aún su abovedado techo de cañón.
Mereció la pena subir, pero aún no habíamos finalizado nuestra jornada de subidas, más bien, esto solo había sido un agradable aperitivo,con parada en el alto donde Ocurri duerme solitaria bajo la humedad de las montañas. Desandamos nuestro sinuoso camino y volvimos al auto, con el cual, nos dirigimos de nuevo a Ubrique. Allí aparcamos convenientemente el coche, lo más cerca posible de nuestra nueva ruta, que no era otra que la paulatina ascención por la calzada romano-medieval que nos conduciría desde la propia Ubrique, hasta la contigua población de Benaocaz, pero eso lo relataremos en una próxima entrada...
Texto: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Francisco J. Rodríguez.
Galería fotográfica:
http://picasaweb.google.es/Fjrandr/CiudadIberoRomanaDeOcurriYCalzadaRomanoMedieval#slideshow
2 comentarios:
Hola
Muy trabajada e interesante la crónica. Enhorabuena ... Algún finde de estos me acerco con la familia.
Saludos
Muy entretenido y bien contado. Gracias
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