Un sábado de octubre, bien entrado el otoño, los dos Franciscos autores de este blog, decidimos de común acuerdo que la manera más provechosa de sacar partido a las escasas horas de sol que nos quedaban en la tarde, sería emplearlas en visitar la cercana pinaleta de Puerto Real conocida como Dehesa de las Yeguas. Hacía tiempo que queríamos hacerlo, pero siempre se nos atravesaba un proyecto más urgente por cuestiones de oportunidad insoslayable. En nuestras visitas a los numerosos yacimientos arqueológicos de nuestra provincia, en el momento en que nos disponíamos a describir el entorno que los acogía , encontrábamos alguna dificultad al describir con más o menos rigor la vegetación que proliferaba en el lugar. Distinguir un pino, un lentisco y cuatro especies más, para nosotros era insuficiente, por ello la necesidad de aquel paseo por la Dehesa de las Yeguas, pieza clave dentro del Parque Natural de la Bahía de Cádiz.
Con las cámaras dispuestas para uno o mil disparos selectivos, nos adentramos animosos por el verdeante laberinto de veredas tapizadas de musgo, las más de las veces o de finísimo limo otras, a causa de la humedad aún latente en la umbría del bosque propiciada por las últimas lluvias. Cada rincón del pinar se nos hacía grande a la hora de clasificar esta o aquella planta, éste y aquél árbol o arbusto. Las cámaras disparaban a izquierda y a derecha con ansia extrema, a fin de aprovechar la escasa luz solar que se filtraba a través de la espesa bóveda de ramas y púas que formaban las frondosas copas de los pinos.
Pino, lentisco, matagallo, coscoja, jara, tomillo, retama, cantueso, esparraguera, romero y pocas más, eran las plantas y arbustos que éramos capaces de identificar. Pero en cada pequeña o grande porción de vegetación aislada por la proliferación de caminos que se cruzan entre si semejando sinuosas arterias, en todas abundaban las especies enumeradas y muchas otras que ni por aproximación éramos capaces de saber de qué planta se trataba.
Pero fieles a nuestro empeño por conocer, no digamos todas pero sí las suficientes para sentirnos satisfechos de la visita, continuamos nuestra tarea recopilatoria de imágenes digitalizadas sin detenernos a disfrutar del bellísimo conjunto arbóreo que nos rodeaba y su riquísimo monte bajo. Y es justo aclarar que no estabamos solos en nuestro paseo, sino que aparte de la gente que por alli hubiera, entre las copas de los arboles y pese a los rayos solares todavia presentes, ya una luna de pan de azucar burlonamente y descaradamente jugaba con nosotros al escondite con su sonriente faz por entre esas copas de los pinos.
Mas, el tiempo irremisiblemente se nos acababa. El sol que minutos antes parecía estar atrapado en las enmarañadas ramas de la arboleda, desaparecía presuroso ahora tras el horizonte para fastidiarnos el resto de la tarde o para darse un garbeo por otras tierras, que para él también era sábado. Y bajo muy abajo, quebrando el suelo con rabia y emergiendo airosos sobra la alfombra de púas secas que el suelo cubría, allí estaban los hongos. Los variados y abundantes hongos que surgían solos o en pequeñas colonias aquí y allá. A falta de flores éstos embellecían el campo con sus particulares formas y sobrios colores. Los hongos también fueron fotografiados. Y bien que disfrutamos más tarde ante el ordenador a la vista de ellos y de las numerosas imágenes tomadas unas tras otra sin apenas despegar el ojo del visor de la cámara.
Luego, con idea de hacer un primer muestreo clasificatorio de las plantas fotografiadas, elegimos una muy apreciada por nosotros, la grácil “correvuela”. Pero una vez localizado su nombre científico nos pareció un tanto rebuscado, “convolvulus arvensis”. En consecuencia nosotros decidimos continuar identificándola con su acertadísimo mote de “correvuela”...
Con las cámaras dispuestas para uno o mil disparos selectivos, nos adentramos animosos por el verdeante laberinto de veredas tapizadas de musgo, las más de las veces o de finísimo limo otras, a causa de la humedad aún latente en la umbría del bosque propiciada por las últimas lluvias. Cada rincón del pinar se nos hacía grande a la hora de clasificar esta o aquella planta, éste y aquél árbol o arbusto. Las cámaras disparaban a izquierda y a derecha con ansia extrema, a fin de aprovechar la escasa luz solar que se filtraba a través de la espesa bóveda de ramas y púas que formaban las frondosas copas de los pinos.
Pino, lentisco, matagallo, coscoja, jara, tomillo, retama, cantueso, esparraguera, romero y pocas más, eran las plantas y arbustos que éramos capaces de identificar. Pero en cada pequeña o grande porción de vegetación aislada por la proliferación de caminos que se cruzan entre si semejando sinuosas arterias, en todas abundaban las especies enumeradas y muchas otras que ni por aproximación éramos capaces de saber de qué planta se trataba.
Pero fieles a nuestro empeño por conocer, no digamos todas pero sí las suficientes para sentirnos satisfechos de la visita, continuamos nuestra tarea recopilatoria de imágenes digitalizadas sin detenernos a disfrutar del bellísimo conjunto arbóreo que nos rodeaba y su riquísimo monte bajo. Y es justo aclarar que no estabamos solos en nuestro paseo, sino que aparte de la gente que por alli hubiera, entre las copas de los arboles y pese a los rayos solares todavia presentes, ya una luna de pan de azucar burlonamente y descaradamente jugaba con nosotros al escondite con su sonriente faz por entre esas copas de los pinos.
Mas, el tiempo irremisiblemente se nos acababa. El sol que minutos antes parecía estar atrapado en las enmarañadas ramas de la arboleda, desaparecía presuroso ahora tras el horizonte para fastidiarnos el resto de la tarde o para darse un garbeo por otras tierras, que para él también era sábado. Y bajo muy abajo, quebrando el suelo con rabia y emergiendo airosos sobra la alfombra de púas secas que el suelo cubría, allí estaban los hongos. Los variados y abundantes hongos que surgían solos o en pequeñas colonias aquí y allá. A falta de flores éstos embellecían el campo con sus particulares formas y sobrios colores. Los hongos también fueron fotografiados. Y bien que disfrutamos más tarde ante el ordenador a la vista de ellos y de las numerosas imágenes tomadas unas tras otra sin apenas despegar el ojo del visor de la cámara.
Luego, con idea de hacer un primer muestreo clasificatorio de las plantas fotografiadas, elegimos una muy apreciada por nosotros, la grácil “correvuela”. Pero una vez localizado su nombre científico nos pareció un tanto rebuscado, “convolvulus arvensis”. En consecuencia nosotros decidimos continuar identificándola con su acertadísimo mote de “correvuela”...
Texto: Francisco Ruiz Serrano.
Fotos: Francisco J. Rodríguez.
Galería fotográfica: http://picasaweb.google.es/Fjrandr/DehesaDeLasYeguas#slideshow
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