ALCAZABA DE MÁLAGA
Mi afición por los castillos me viene de niño, aún recuerdo con simpatía los tranquilos paseos, de la mano de mi padre, por los patios y murallas de la Alcazaba y el castillo de Gibralfaro, el aluvión de preguntas que le hacía a tenor de lo que veía y sus respuestas aclaratorias. Lo que entendí de ellas por mi corta edad no era más, que aquel laberinto de pasadizos, murallas almenadas, torres, salones, patios, mazmorras, surtidores y jardines, se debía al bien hacer de unos moros que vivieron en Málaga de antiguo. Como era natural mi mente febril asimilaba aquellas enseñanzas a mi corto entender relacionándolas con las historias de moros y cristianos que leía cada semana en los tebeos publicados en la España de los años cuarenta y pico, con el sugerente titulo de “El Guerrero del Antifaz”, no necesitaba de más. Los malos eran los moros, y el peor de ellos uno de sus caudillos, el que identificábamos los niños por el nombre de Alikan. Los buenos, como era de esperar eran los cristianos, y el más valeroso de todos era un caballero enmascarado con una enorme cruz pintada en su jubón. Las espadas de los moros recuerdo que eran curvadas, como si quisieran imitar la media luna que lucían en sus pechos. Las cristianas obviamente eran rectas a semejanza de la cruz.
Por aquel entonces los niños de mi calle y un servidor solíamos lucir toscas espadas de madera a imitación de las de los cristianos en nuestros cintos (un trozo de cordel de esparto o cáñamo atado a la cintura). Espadas de madera que adquiríamos a los pregoneros ambulantes por un real, a cambio de varias botellas de vidrio o por unas cuantas alpargatas viejas de aquellas que tenían la suela de goma.
Más tarde me aficioné a las novelas cuyas tramas hablaban de hazañas épicas de Caballeros Cruzados y de fieros guerreros sarracenos. Los primeros seguían siendo los buenos y los segundos los malos. Admiraba al valeroso rey cristiano Ricardo Corazón de León pero en contra de lo que me habían trasmitido también sentía simpatía por Saladino, el audaz Sultán de los sarracenos. Muy joven aún deduje por mi mismo que el ser de los buenos o de los malos dependía del bando al que pertenecieras. Ya de adulto modifiqué obviamente tan simple razonamiento por el de que no existen verdades absolutas, pero esta si que es otra historia. Como consecuencia de todas aquellas lecturas me inicié en la lectura de todo lo que olía a historia de las distintas civilizaciones que poblaron nuestro planeta, por las que dejaron su impronta en Andalucía, y particularmente, por las que tienen que ver con Cádiz y Málaga, a las que considero provincias hermanas.
Mi afición por los castillos me viene de niño, aún recuerdo con simpatía los tranquilos paseos, de la mano de mi padre, por los patios y murallas de la Alcazaba y el castillo de Gibralfaro, el aluvión de preguntas que le hacía a tenor de lo que veía y sus respuestas aclaratorias. Lo que entendí de ellas por mi corta edad no era más, que aquel laberinto de pasadizos, murallas almenadas, torres, salones, patios, mazmorras, surtidores y jardines, se debía al bien hacer de unos moros que vivieron en Málaga de antiguo. Como era natural mi mente febril asimilaba aquellas enseñanzas a mi corto entender relacionándolas con las historias de moros y cristianos que leía cada semana en los tebeos publicados en la España de los años cuarenta y pico, con el sugerente titulo de “El Guerrero del Antifaz”, no necesitaba de más. Los malos eran los moros, y el peor de ellos uno de sus caudillos, el que identificábamos los niños por el nombre de Alikan. Los buenos, como era de esperar eran los cristianos, y el más valeroso de todos era un caballero enmascarado con una enorme cruz pintada en su jubón. Las espadas de los moros recuerdo que eran curvadas, como si quisieran imitar la media luna que lucían en sus pechos. Las cristianas obviamente eran rectas a semejanza de la cruz.
Por aquel entonces los niños de mi calle y un servidor solíamos lucir toscas espadas de madera a imitación de las de los cristianos en nuestros cintos (un trozo de cordel de esparto o cáñamo atado a la cintura). Espadas de madera que adquiríamos a los pregoneros ambulantes por un real, a cambio de varias botellas de vidrio o por unas cuantas alpargatas viejas de aquellas que tenían la suela de goma.
Más tarde me aficioné a las novelas cuyas tramas hablaban de hazañas épicas de Caballeros Cruzados y de fieros guerreros sarracenos. Los primeros seguían siendo los buenos y los segundos los malos. Admiraba al valeroso rey cristiano Ricardo Corazón de León pero en contra de lo que me habían trasmitido también sentía simpatía por Saladino, el audaz Sultán de los sarracenos. Muy joven aún deduje por mi mismo que el ser de los buenos o de los malos dependía del bando al que pertenecieras. Ya de adulto modifiqué obviamente tan simple razonamiento por el de que no existen verdades absolutas, pero esta si que es otra historia. Como consecuencia de todas aquellas lecturas me inicié en la lectura de todo lo que olía a historia de las distintas civilizaciones que poblaron nuestro planeta, por las que dejaron su impronta en Andalucía, y particularmente, por las que tienen que ver con Cádiz y Málaga, a las que considero provincias hermanas.
Galería de imágenes de La Alcazaba: http://picasaweb.google.es/Fruizse/AlcazabaDeMLaga#slideshow
Francisco Ruiz Serrano, malagueño de nacimiento y gaditano de adopción.
Para saber sobre la estructura e historia de La Alcazaba: http://es.wikipedia.org/wiki/Alcazaba_de_Málaga
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