Este sugestivo título, "...Y al sur Jimena", no es mío. Se me ha ocurrido tomarlo prestado de un libro que se editó hace ya unos años, en formato grande, con múltiples fotográfias y textos del recordado Fernando Quiñones, en la que se mostraban las bellezas que este rincón de la geografía gaditana esconde en su término, linde ya con la frontera malagueña, frontera sólo ficticia, para ser impresa en los mapas, pero que se muestra sin solución de ruptura paisajística, en las impresionantes panorámicas de las moles de la cercana serranía de Ronda que podemos ver desde el pueblo y aún de forma más impactante, desde lo alto de la fortaleza que corona el blanco caserío de Jimena.
Jimena, Jimena de la frontera, pues el hombre se empeña en poner fronteras donde no las hay, se encuentra enclavado por su ubicación y entorno en la serranía del Aljibe y parque natural de Los Alcornocales. Desde muy antiguo desde la propia prehistoria, es un lugar estratégico por su situación, muy cercana al estrecho. Allí se han encontrado las primeras pinturas rupestres que nos cuentan el contacto directo entre gentes venidas por mar del otro lado del Mediterráneo y la cultura autóctona de nuestras tierras y que son conocidas como las pinturas de la Laja Alta. Pero es en lo alto del monte que cobija con su silueta al actual caserío, donde mejor hoy apreciamos la secuencia histórica de Jimena, que hunde sus raices muy atrás en la historia.
Allí arriba, las ruinas del castillo ocupan prácticamente toda la superficie amesetada de la loma, mientras por la parte de atrás del mismo, discurre el río Horgazganta formando un hermoso tajo virgen, pleno de vegetación y roquedades naturales. Fué aquí donde el prehistoriador alemán Uwe Topper localiza un par de cuevas rupestres con pinturas asignadas a la misma época de las de la Laja Alta y donde también, el alemán investiga visualmente estructuras talladas en la roca que igualmente asigna a la época de las pinturas, la Edad del Bronce. Todo ello lo refleja detalladamente en su libro "El Arte rupestre en la provincia de Cádiz", por desgracia, hoy superagotado. No vi las pinturas pese a que las busqué, pero si vi las estructuras talladas en la roca de las que hablaré más adelante.
Hacía tiempo que tenias muchas ganas de visitar todo aquello junto con el cercano conjunto de Castellar viejo y no fué hasta el año pasado que no me surgío por fin verdaderamente la oportunidad.
Alejandro, un joven arqueólogo de la Universidad de Jaén y con ámplia trayectoria investigadora en Italia, ya que su especialidad es el mundo romano, en una de sus esporádicas visitas durante el año a Cádiz me dijo que iba a estar unos días por aquí, así que, me invitó a que fuera pensando en una escapada a realizar para uno de esos días.
Cuando me reuní nuevamente con él, le propuse que fueramos a visitar conjuntamente las poblaciones de Jimena y de Castellar, puesto que ambas guardaban como tesoros a descubrir, sendos conjuntos fortificados de la Edad Media que presentaban aún una imagen poderosa pese a los siglos transcurridos y los avatares del destino. También aparte de ello, podriamos echar un vistazo a algunas pinturas rupestres de la zona, ya con cierto renombre, como la mencionada de la Laja Alta y alguna cosillas más a vislumbrar en el paisaje.
Creo que la elección de ese día no pudo ser más acertada, puesto que satisfizo ampliamente todas nuestras expectativas. Jimena y Castellar, supusieron un descubrimiento que superó con creces todas nuestras expectativas previas. Castellar lo dejaré para otra ocasión, para ahora centrarme en Jimena que es lo que nos ocupa describir y descubrir a ti, paciente lector de estas palabras. No quiero extenderme en demasía para no cansar, pero si que no puedo dejar de contar lo más sucintamente posible las impresiones de dicha visita al castillo de Jimena y sus alrededores.
Llegamos, no sin antes habernos equivocado de ruta, por fin al pueblo. Atravesamos su caserio, siempre en dirección ascendente, con nuestro Ford Fiesta conducido por Alejandro, hasta llegar a la pequeña explanada a los pies de la fortaleza y que le sirve de provisional parking. Dejamos el coche aparcado y subimos una pequeña rampa que nos condujo hasta la entrada del recinto. Una soberbia puerta de piedra, con altos arcos dobles de medio punto y torre anexa llamada Torre del Reloj, fué el umbral que tuvimos que traspasar y que nos invitaba a descubrir sus encantos.
Por encima de nuestras cabezas se veian grandes lápidas escritas en latín, apenas ininteligibles por la altura, el paso de los siglos y las inclemencias climáticas ( también porque nuestro latín esta ya algo obsoleto en nuestra memoria ). Reliquias de tiempos romanos que han sido debidademente rehutilizadas en la muralla en la época medieval. Pero esta extensa fortaleza que hoy vemos no es una simple fortaleza medieval más o menos bien conservada y de hermosas vistas. El propio castillo y todo su terreno circundante es el asiento primitivo fundacional de la propia Jimena, que nos lleva en sus estratos más profundos a tiempos prehistóricos.
Aparte de los posibles restos de la Edad del Bronce, sus pinturas rupestres y sus estructuras talladas en la roca asignadas por Topper a dicha época, lo que si podemos afirmar con seguridad que esta zona es el asentamiento del primitivo oppidum ibérico de Oba, término de la lengua ibérica primitiva parece relacionarse con el agua, no olvidemos el río Horgazganta y su tajo que abajo discurre a los pies de la fortaleza.
Oba es el origen del actual pueblo, y a partir de ahí comienza su verdadera existencia. Algunos rastros de la primitiva Oba son perceptibles en nuestro paseo escudriñando los rincones más escondidos del mismo. En tiempos en que la romanización empiezan a ejercer su influencia, el primitivo oppidum pasa ser denominado por los romanos como "República obensis" y adjucación jurídica de carácter latino, que a grosso modo y para quien pudiera no saberlo, vendría a ser algo así como una ciudadanía romana de segundo clase que se otorgaba a ciertas ciudades, confiriéndole así una serie de privilegios.
La historia de la fortaleza no caerá en el olvido cuando el imperio caiga, sino que los sucesores de los romanos, los bizantinos toman el relevo haciendo de dicho lugar uno de sus estratégicas posiciones. Sus tropas, venidas desde la lejana Constantinopla, ahora capital del imperio de oriente, harán de ella una plaza fuerte de su Spania bizantina y así, gracias a su situación cercana al estrecho les permitirá el control de ambas orillas del estrecho.
De los años plenamente medievales en los que almorávides, almohades, benimerines, granadinos y castellanos se van suplantando en estas tierras, es lo que en mayor medida podemos disfrutar en nuestro recorrido por todo el agradable y bonito entorno del castillo. La fortaleza tendría un último protagonismo militar en momentos ya más tardíos, en plena Guerra de la Independencia.
Hasta aquí este sucinto repaso a la historia de la fortaleza, que es a la misma vez un repaso a la propia historia de Jimena, pero antes de terminar, no quiero dejar pasar de mencionar un último rincón de la misma dejado para el final por su indudable interés.
No eramos los únicos visitantes ese día del recinto, sino que a lo largo de la explanada se veian otros pequeños grupos de gentes interesados en un rincón concreto del mismo, pero mientras que todos ellos se limitaban a hacer su recorrido a lo largo del recinto, nosotros dejandonos llevar por nuestra emoción de descubrir nuevas perspectivas y rincones, nos adentramos en un pequeño sendero semiolvidado que nos llevo a descubrir la pequeña joya que andabamos buscando.
En un recodo, por fin, de dicho sendero, encontramos las primeras huellas de trabajos de labra en el monte sobre los peñascos, que como monolitos, sobresalian de entre la espesura circundante. Nos encaramos a ellos como autenticos monos, agarrándonos con pies y manos a la roca. Llevados por la emoción fuimos conscientes de que aquello que veíamos al fin, eran los restos de una iglesia rupestre de tiempos visigotico-mozárabes.
Sin duda alguna, pensamos que estos restos los mismos en los que Topper creyo ver una especie de poblado rupestre prehistórico, guiado naturalmente por su interés por todo lo relacionado con las pinturas esquemáticas de la Edad del Bronce, pero lo cierto es que estos restos, conocidos por la gente como El Baño de la Mora, son los hermosos y singulares restos de una pequeña iglesia y eremitorio rupestre de los tiempo ya aludidos hace un momento. Tiempo en que Omar Ben Hafsum, rebelde al califato de Córdoba de Abderramán III, para algunos, el "primer bandolero andaluz", era el verdadero señor de todas estas tierras desde su inxpugnable cuartel general de Bobastro en la cercana Ronda. De hecho, esta iglesia rupestre de Jimena se encuadra en el mismo tipo de la que se puede ver allí en Bobastro y otras de las cercanías igualmente descubiertas. En esta iglesia rupestre de Jimena quisiera hacer hincapié en prestar atención a la fotografía de la explendida y monumental pila bautismal de la misma, tallada sobre un único bloque monolítico, es una maravilla por sí sola...
Texto y fotos: Francisco J. Rodríguez Andrade.
GALERÍA FOTOGRÁFICA:
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