jueves, 24 de mayo de 2007
Voces metálicas del pasado histórico de la bahía gaditana
Detalle Noticia "Diario de Cádiz"
FechaHoraNoticia("16/05/07 02:52")
16/05/07 02:52 VIRGINIA LEÓN
CÁDIZ. Un botón puede ser más que un simple objeto metálico. Puede ser el testimonio fiel del pasado histórico de la Bahía. Concretamente, un testigo inequívoco de la presencia en Puerto Real de tropas españolas y francesas en las distintas confrontaciones desatadas en la zona, desde la época de la Guerra de la Independencia.
Así lo concibió Francisco Ruiz Serrano cuando un buen día se encontró en su poder con varias docenas de botones, unos 60, en su mayoría pertenecientes a uniformes de militares, que su amigo Juan Delgado le cedió y que hoy recopila en su libro Botones en La Algaida. "Todo empezó cuando mi amigo Juan José Delgado me contó la afición que tenía su padre de recoger objetos curiosos en sus paseos diarios por el parque de La Algaida en Puerto Real. Él sabía que yo escribía un libro sobre la historia del Trocadero, nos pusimos en contacto y, finalmente, me regaló los botones que había encontrado", comenta Francisco Ruiz.
Fue entonces cuando decidió ponerse manos a la obra e investigar sobre el origen de estos objetos metálicos, partiendo de que la zona donde han sido hallados "ha sido históricamente destinada a campamentos militares". Internet, manuales sobre historia española y francesa y de uniformes militares, se convirtieron en las principales herramientas de trabajo Francisco Ruiz. Y no le fallaron. Tras dos años de estudios ha logrado identificar cada una de las piezas militares y también las civiles. "Logré acceder a qué uniformes, regimientos o unidades pertenecía cada uno, e incluso a la historia de su formación". De hecho, ha documentado gráficamente la imagen de cada botón con dibujos que él mismo ha realizado de los soldados que lo portaban.
Pero la importante colección de botones con la que se hizo no sólo pertenecen a la época napoleónica -la más atractiva para su autor-, sino que también destila información de la guerra contra el absolutismo de Fernando VII, guerras carlistas, guerras de África y de épocas más recientes. Por ejemplo, ha documentado botones de la Guardia Civil en la época de la República o de la Policía Municipal de mediados del siglo pasado.
"Para mí lo más interesante de todo esto es saber que cada una de estas piezas es testigo de lo que ocurrió en un momento determinado en nuestra tierra", comenta un entusiasmado Francisco Ruiz. Por este motivo decidió hace algunos años compartir esta parte de la historia de Puerto Real con sus ciudadanos y publicarlo. Tras muchos intentos, se vio obligado a publicarlo en solitario, sin ningún apoyo editorial o institucional, bajo el sello R.C. Sancti-Petri. Islote de Cultura. Ya antes se había dirigido junto a Juan Delgado a las autoridades para cederlos al museo, pero "estimaron que yo los conservaría mejor".
Su pasión por la historia le ha llevado a meterse de lleno en tres nuevos proyectos literarios. "Uno sobre la historia del muelle de Puerto Real y su entorno, que será titulado Punta del Muelle y otro sobre el acueducto de Cádiz al tempul", avanza.
También se ha dejado arrastrar por el boom de la novela histórica para escribir El diálogo oculto, ambientando en el Puerto Real del siglo XVII, una obra que no verá la luz hasta 2008. "Aunque se trate de una historia de ficción tiene un trasfondo histórico y necesito mucho tiempo para documentarme", concluye Francisco Ruiz.
martes, 15 de mayo de 2007
miércoles, 2 de mayo de 2007
Berroquejo. Un lugar, una fortaleza, una referencia en el paisaje interior de la Bahía de Cádiz
Una tarde de esas de mayo en la que el sol se entretiene en hacer practicas con vista al verano, calentaba a mala leche (con perdón), a mi amigo Francisco José se le ocurrió la feliz idea de hacer una escapada (a las cuatro de la tarde) a Medina Sidonia.
Yo, que soy dado a la aventura aunque sea en las peores condiciones (climatológicas se entiende), lo esperé como de costumbre (vive en Cádiz) en la esquina de la gasolinera de Puerto Real (la ubicada junto al campo de fútbol), y como viene siendo costumbre en él, apareció por el lado contrario que me había anunciado, o sea, que me sorprendió una vez más.
Mi amigo, para que sepan de él diré, que es un enamorado de la historia antigua de su Cádiz, bueno y de toda ella en general, también de la literatura, de la fotografía, de las cosas de su tierra, del arte en todas sus manifestaciones, y quien sabe si de algo más que por modestia me debe ocultar.
Entramos en la Cantina del campo de fútbol y nos sentamos en una de sus mesas; él pidió un “manchao”, y yo un descafeinado con leche de máquina ( sí me extiendo un poco en estos detalles es para advertiros que para salir de gira hay que prepararse convenientemente)
Entre sorbo y sorbo nos planteamos a donde iríamos esa tarde y no hubo la menor dificultad en eso, enseguida hubo consenso, decidimos visitar la Ermita romano-visigoda de Medina Sidonia.
En quién llevaría el coche tampoco hubo discusión, nos llevamos a las mil maravillas (de momento), mi amigo se ofreció voluntario y yo acepté encantado. ¡Uf!, Menos mal, pensé en silencio (no tiene mérito, creo que es así como se piensa).
Abandonamos el aparcamiento y nos encaminamos a la salida del pueblo por el lado de las famosas “Canteras de Puerto Real”, ese pinar público que es una maravilla, pero esa es otra historia, la carretera que circula por sus inmediaciones conduce al cruce de Puerto Real-Medina Sidonia-Paterna-Jerez; éste dista de las “Canteras” 19 Km. No es mucho, se llega en pocos minutos.
Como ocurre normalmente cuando se viaja en compañía, siempre se suelen picotear o hablar de algún que otro tema; nosotros también lo hicimos, lo que no impidió que no reparáramos en los maravillosos parajes que estábamos atravesando, y nos deleitáramos con la belleza salvaje de sus pinares, lagunas, sembrados, baldíos y cañadas, que de todo eso y más hay por allí. Y son frecuentes las bandadas de perdices y de conejos que se ven correteando por encima del calenturiento asfalto (que por eso corren).
Uno de los muchos regalos con los que nos gratificaba nuestra visita al castillo, un acanto en flor.
Hablando de los niños, el trabajo y todas esas nimiedades (pero que en realidad es lo que más nos importa), nos encajamos en las proximidades del cruce antes anunciado, y a esa altura del camino lo que se observa al frente y la izquierda, según las revueltas de la carretera, no es, ni más ni menos, que la fascinante silueta del castillo de Berroquejo, y digo fascinante porque el susodicho castillo está construido sobre una sorprendente corona de rocas monumentales, las únicas que se ven en kilómetros a la redonda. Y ahí fue cuando empezó la aventura.
--¿Por qué no visitamos esta tarde el castillo de Berroquejo? –propuse a Francisco a sabiendas de que no era aquel, nuestro destino originario.
--Vale –respondió sin pensárselo —dejaremos la visita a la Ermita romano-visigoda de Medina Sidonia para otro día.
Ese es el verdadero carácter del aventurero capaz de fascinarse por lo que le ofrece la naturaleza o lo que, en este caso, construyó el hombre que habitó estas tierras en la Edad Media y lo mejor de todo, capaz, sin prejuicio alguno, de modificar sobre la marcha los planes previstos de antemano.
--Qué más da –respondió nuevamente--, ese castillo también esta repleto de historia.
Las maravillas que encierra el paisaje quedaron patente en la contemplación del reportaje fotográfico que hicimos y del que incluimos una muestra para envidia (bueno, no tanto) de todos los que no ha tenido la dicha de visitarlo. Están tomadas con modestas cámaras digitales sin más pretensión que ofrecer al lector de esta desastrosa narración, una pequeña noción del goce que experimentamos “in situ”, o como en latín se escriba, ante la contemplación de tales parajes.
Los líquenes se enraizan fuertemente a los pequeños huecos que le permite el roquedal.
Pero todavía no estábamos en el castillo. Continuamos la marcha y al fin llegamos al anunciado cruce de Puerto Real-Medina Sidonia-Jerez-Paterna. Tomamos la vía que discurre bajo la carretera principal y nos desviamos hacia la izquierda por una vía de servicio, que no era ni más ni menos, que la antigua carretera que comunicaba a Puerto Real con Jerez de la Frontera.
El castillo lo veíamos ahora a la izquierda, lo dejamos atrás, pasamos por debajo de otro puente y nos desviamos por el primer carril de tierra que encontramos a la izquierda. Continuamos por él hasta llegar a un portillo de tubos de hierro. Nos hicimos a un lado del carril y aparcamos el coche. Ya nos encontrábamos en la falda del montículo coronado por el castillo Ahora sólo teníamos que acercarnos a la alambrada que protege a la finca y seguirla dirección Medina hasta dar con otra entrada por la que acceder a la derruida fortaleza.
Caminando en dicha dirección, el castillo lo teníamos a la derecha; fotos y más fotos. Rodeamos la empinada loma y por fin nos topamos con el portalón de estacas y alambres espinosos que debíamos salvar. Normalmente aparecerá cerrado. Pero nuestro espíritu aventurero no quedó mermado por ello. Mientras uno forzaba los alambres espinosos el otro reptaba hasta el otro lado; y luego a la inversa
Nos adentramos por el carril que se abría tras él y nos encaminamos hacia las ruinas por la cara que mira a Puerto Real. A medida que nos acercábamos surgían de nuestros pies conejos y gazapos asustados por nuestra intromisión. Corrían ladera arriba tratando de alcanzar las grietas y oquedades que festoneaban las rocas que sirven de cimentación al castillo. Las cámaras digitales enfocaban sin interrupción cada rincón del paisaje y cada arista de los ruinosos muros del castillo de Berroquejo. Nos acercamos un poco más a la base pétrea y otra sorpresa, ahora los que huían espantados de nuestra presencia eran los grajos. Pero que maravilla de tarde; que espléndido paisaje el del entorno; qué gozada de naturaleza; y qué gozada de historia pasada, que tras eso íbamos.
De nuevo los grajos como insobornables centinelas, enfundados de negro, advirtiendo a los demás habitantes del entorno de nuestra presencia intrusa.
--Y lo mejor es que no hay garrapatas –me decía mi compañero de vez en cuando.
Pero la visita prometía ser completa, trepando por la ladera encontramos varios trozos de arcilla cocida; restos de objetos cerámicos inservibles arrojados en fechas lejanas desde el castillo. Entre ellos varios trozos de tegulas romanas, Cuanta historia encerraba aquel lugar.
Una vez fotografiada aquella parte del castillo lo rodeamos retornando a la cara del monte que daba a la carretera y el carril donde teníamos aparcado el coche, pero claro está, esta vez por dentro de la empalizada.
Subimos por esta otra parte de montículo, por que es por el único lugar que se puede acceder al interior de lo que queda de la fortaleza. Y esto atreviéndonos a escalar aprovechando las irregularidades de las paredes de una gran grieta abierta en la roca. Pero el esfuerzo mereció la pena.
Los líquenes con su destacado color azafranado, parchean la grisásea roca, horadada por una cavidad en su centro, creando un verdadero y hermoso contraste de grises, verdes y amarillos reflejados bajo el cielo azul intenso y luminoso.
Una vez en lo alto franqueamos la abertura que se abre en uno de los flancos de lo que debió ser la torre y curioseamos su interior. La techumbre estaba depositada al completo en el suelo. Todo estaba a rebosar de cascotes, tierra y arbustos crecidos entre estos. En sus paredes podíamos apreciar la técnica empleada para su construcción. En lo alto quedaban restos de las nervaduras de la bóveda que en tiempos sostuvo la parte superior de la torre.
Captamos todas las imágenes de que fuimos capaces, y descansamos un poco sin dejar de admirar el paisaje. Seguramente la misma panorámica que verían en su tiempo los accidentales moradores de aquel baluarte, castillo o atalaya.
Después del merecido descanso, sudorosos y sedientos, regresamos al coche. Yo con un brazo enrojecido por rozar unas ortigas, mi amigo con varias garrapatas. Nos detuvimos en una venta del cruce (La Ponderosa), tomamos unos refrescos y regresamos a casa.
Interior de la torre atalaya, mostrando una de sus crucerías aún en pie, libre de la pesada carga del techo que alguna vez sustentó sobre sus arcos y ahora desparramdas sus piedras por el suelo que pisamos, cubiertas por la vegetación.
APUNTES HISTÓRICOS
Pese a encontrarse en el mismísimo límite del término municipal de Puerto Real, el castillo de Berroquejo se encuentra dentro del término de Jerez y como tal formaba parte del sistema defensivo medieval de dicha ciudad.
El castillo presenta la fisonomía de una típica construcción militar cristiana de tipo mudéjar de época alfonsí y su atribución principal era la de controlar las razzias que, de vez en cuando, realizaban tanto los benimerines del rey de Fez, como los más cercanos ejércitos del reino nazarí de Granada, puesto que la frontera de dicho reino se encontraba dentro de lo que es hoy la provincia de Cádiz.
La fortaleza se levanta sobre una loma, en lo alto de una peña rocosa de roca arenisca, conocida como el Berrueco( en época musulmana Al-Sajara, es decir, la peña) y desde lo alto se domina un interesante paisaje adehesado de suaves colinas, en el camino que transcurre de Jerez a Medina Sidonia, la cual, ofrece una imagen visual impactante, pues se encuentra solo a 10 Km, muy cerca del cruce que conduce a su vez, a Puerto Real por un lado y a Paterna por el otro.
El nombre de Berroquejo, al igual que el de la loma, Berrueco, parecen tener un claro origen celta, relacionado con las palabras castellanas barro y tierra.
El estado actual del castillo de Berroquejo es bastante ruinoso, pero no por ello menos interesante y lleno de encanto. Solo subsiste de forma orgullosa la torre cuadrada, sin cubierta, toda ella desparramada por los rincones de la atalaya. Aun se observan pese a todo, arranques de bóveda y los restos de una trompa. La cerca se mantiene circundando la peña y se conservan tramos de lienzos, mientras otros se encuentran desperdigados por el entorno. La roca madre también presenta interesantes indicios de haber sido trabajada por los esforzados habitantes del recinto.
Como hemos dicho mas arriba, el castillo es una fortificación alfonsina, vinculada a la efímera orden de Santa Maria de España, que fue poseedora también durante su corta existencia de los castillos de San Marcos del Puerto de Sta. Maria y del excelente castillo de Torrestrella, ya en el termino de Medina Sidonia y del cual tendremos ocasión de referirnos cuando le dediquemos su capitulo. Por ultimo, esta fortaleza esta vinculada al igual que numerosos lugares de la comarca y de los que paulatinamente iremos hablando, con las vicisitudes padecidas por la desdichada reina Doña Blanca de Borbón.
Marcas antiguas y borrosas por el tiempo, sobre una piedra grande y plana del interior de la torre, en el umbral del acceso a la misma, lavada su superficie por la intemperie y el transcurso de los siglos, habla por sí misma de antiguos habitantes humanos del castillo, hoy sólo habitado permanentemente por diminutos escarabajos, vivaces conejos e inquietas perdices corriendo de matojo en matojo ante la cercanía de nuestros pasos, transgresores de su cotidianeidad bucólica.
Francisco Ruíz Serrano / Francisco J. Rodríguez-Andrade.